domingo, 14 de octubre de 2018

Ego-suspicio

Si echas una botella al mar gritando que le quieres,
el mensaje algún día acabará llegando a otra orilla.
Y no harán otra cosa que no sea glorificar esa declaración de amor,
en vez de pensar que lo que realmente pide es que le auxilien del naufragio.
Vivo rodeada de esos inánimes que buscan alguien que les quiera,
en vez de encontrar a quienes puedan querer.
Envuelta en ese ambiente de frívolos amasijos de huesos,
que están tan huecos que buscan desesperadamente a quien les sirva de relleno.
No les importa si encaja. Simplemente necesitan saciar su soledad.

Esas calaveras, de aquellos que huyen de los fantasmas del espejo,
aquellos que necesitan que les quieran por lo que aparentan,
esos mismos que se lamentan cada vez que cambian a una muda que no son;
aunque les esconda,
esos que no saben aún que las cosas pasan por lo que aparentan y no por lo que son.
Esas pobres convertidas en serpientes,
arrastrándose hostilmente hacia el veneno de la aprobación, hacia el sí de la mayoría,
hacia la oscuridad que supone hacer de ti un maniquí,
sumarte al inmenso escaparate que forman las masas.
Y podrían ser despreciados,
pero no me causan más que aflicción los que teniendo a quien querer
no son capaces de erizarles la piel a versos,
que no son capaces de gritarle al mar amor de noche porque no va a devolverles el reflejo.

Y es que, quién te ha querido tan mal como para que ya no te quieras.
Quién te ha querido tan mal como para que te hayas convertido en calavera.
A quién has elegido tan mal como para que no pares de pensar que no eras tú la correcta.
Como para pensar que la otra orilla ha recogido la botella porque sabe amar mejor que tú,
sin caer en la cuenta que cuando envías un mensaje de emergencias,
cualquiera que se acerque es considerado salvavidas.
Cuántas veces te han hecho creer que vale más tu cara que tu alma
como para no buscar otra cosa que no sea alguien que te la bese en lugar de encenderte.
Lo difícil es cuando piensas que solo mandas todo lo que quieres a la deriva
porque no arreglas lo que te hicieron creer que rompías.

La sensación de saber que siempre te quedarán palabras
por mucho que pasen los años no hace más que
derruirte cada vez que miras el correteo de las agujas.
Nunca se puede reconstruir lo que se encuentra en ruinas.
Por eso sabes que es con quien se queda a vivir contigo,
aún sabiendo que no eres apta para reformas,
y con quien te hace quererte,
aún sabiendo que amas las cosas por lo que son, y no por lo que aparentan.



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