Escribir con la sangre que mana de mis yemas,
rotas por el bailoteo rápido con las hojas de mi vida,
no hacen más que reafirmarme que soy una suicida del tiempo.
Arrastras la cadena de los recuerdos
cuando descubres que todo está vivo en la eternidad.
La inmortalidad de aquellas cosas que son para siempre.
Pero regresar allí con el fin de alejarse de la muerte
solo es de necios que creen
que no aparecerán otras llamas
que alumbren con la misma intensidad.
Peco de leerme siempre la última frase de una vida
cada vez que voy a tomar una nueva experiencia.
Cómo queréis que viva así sin miedos,
si tengo en la retina cuál será el sabor
de esas lluvias funerarias.
He seguido queriendo cuando me he reencarnado
porque siempre he visto la muerte como parte de la vida;
y es por eso que para mí los cobardes son
los que ven la muerte como la antagonista de la vida.
Así arranco las páginas escupidas desde el rincón
que regresa a donde todo se repite idílicamente en la eternidad.
Esas vomitadas tras embriagarme del pasado
por temor a enfrentarme a lo último que me susurraba ese libro.
Esas lamidas con el mal sabor de boca que produce
descubrir que hay cosas que serán para siempre.
Pero por muy rápido que quieras leer la misma historia
nunca encontrarás un final diferente.
Por eso vengo a disculparme por la mala educación
que sugiere no girar la cara para saludar a las manchas del ayer.
Conoces lo que es una despedida cuando te marchas sin decir adiós,
porque has aprendido que es inmortal lo que has querido.
No sufras por mí,
tengo todo posicionado cerca de lo que fue;
para incinerarlo,
si ahora somos polvo,
es porque quisimos tan caliente
que acabamos quemados.
Te pido que no te confundas y que me perdones por los portazos,
pero he descubierto que tengo las vísceras heladas
por haber vivido siempre con las puertas abiertas
de todos aquellos lugares donde dejé un trozo de mí.
Y ya no me reflejo en ninguno.
He crecido.
[última frase de lo que va a ser esta vida.
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