domingo, 5 de mayo de 2019

Divulgameto

De pequeña jugaba a dibujar con el dedo
una línea imaginaria que uniese las gotas que empañaban el cristal.
Quizá porque comprendían el estado empañado entre la calma y la tormenta,
quizá porque me sentía.

Siempre me han dado vértigos los sitios vacíos,
pero mi afán por meterme en la boca del lobo acaba por adentrarme.
Siento el calor de un aliento sereno de aquellas mentes básicas
que solo allanan el terreno hasta encontrar
el momento culminante de la locura fatua para inyectar su veneno.
Y cuando lo estás sintiendo aprietan los dientes.
Entonces te verseaba a partir de esas heridas y pensaba que eso era amor.

Tal vez es que la inmensidad de mis cloacas sean las culpables de traer la peste,
de conducir a esa sinrazón de casualidades a mi vida,
esas que confluyen cada vez que tengo la miel en los labios para susurrarme que resista.
Que no es lícito lamer lo que le pertenece a otras fauces.
Pero cómo ser fiel a lo moral; yo, que nunca he sido de nadie.

Aparece el barrunto de que todo comienza de nuevo
y entonces huyo
 no vaya a ser que devore lo que me hace sentir y después acabe teniendo arcadas.
No vaya a ser.
Por eso me paso la vida corriendo.
Probablemente peco de pensar en el final antes de que todo esté roto
pero nadie me inunda tanto como para evitar que bostece
mientras entretejo de momentos la telaraña de lo vivido.

Hasta que pasas;
es entonces cuando tiro el hilo y me enredo entre tus sienes porque siempre me transmitirán la palabra libertad.
Y es justamente la misma que me susurra que nunca será con quien quieres estar,
sino con quien descubras adónde no quieres volver.
Y en ese momento entiendes que el amor es algo parecido a dibujar con el dedo una línea imaginaria que una los lunares que decoran una espalda.
Quizá porque te hacen sentir que solo te necesitas a ti, pero que puedes querer a alguien más.


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