He crecido desde el rincón más oscuro de una habitación en movimiento.
Su giro asiduo ha hecho que algunos años se escondiese aún mejor mi esquina.
Esas veces me rodeaba un charco.
Solía tener los ojos cansados y las mejillas mojadas.
Apenas nadie lo sabe.
Tampoco me lo han preguntado,
y casi con total seguridad de haberlo hecho yo tampoco habría respondido.
He soñado desde que decidí sentarme ahí con abrir la puerta.
Pasé muchas noches, ahora pienso que quizá demasiadas, preguntándome cómo hacerlo.
La frustración por romper esa madera me llevó al desasosiego.
Y ahora he hecho del caos mi zona de confort
y cualquier hálito de tranquilidad me hace meterme en mi caparazón.
Recibí con el transcurso del sol a muchos invitados
que abrían la puerta y la cerraban seguidamente para quedarse
e intentar curar lo que ellos han catalogado como mi demencia.
Intentaban acercarse y debo mil disculpas;
tratar de permanecer conmigo es justamente lo que no le desearía a nadie nunca.
Criticaban mis bostezos y mi apatía por el ensordecedor sonido de sus latidos.
¿No veían que yo solo quería acabar con esa puerta?
Ante mi hieratismo emocional, acababan en añicos.
A veces me arrojaban piedras antes de irse.
Otra veces siguen intentado hacerlo.
Mi falta de interés por todos y mi mucho quererme
me hace pensar que solo las tiraban por si reaccionaba.
No he respondido a ninguna, incluso cuando habéis creído que lo hacía.
Pero reconozco que todos esas entradas sin estímulo
me hicieron sombra del miedo, una fragancia del vacío.
Cada vez era más pequeña en ese ángulo.
El monstruo del pasado y los fantasmas del futuro me producían sudores.
Insomnio.
Faltas de ser.
Luchas contra demonios que me hacían sentir inútil
al haber permitido la invasión de mi espacio.
Rumiante de recuerdos, cuando había olvidado que quería abrir la puerta;
vi que durante años siempre había tenido abiertas las ventanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario