jueves, 2 de agosto de 2018

Escapadas

Es difícil escribir ahora
que me visitan más los buitres que las musas
              [será que la carne muerta es lo único a lo que atrae
o quizá que ya no puedo rogar
que creáis en lo que hace tiempo
he cesado en su búsqueda.

Pero vuelvo acabar plantada frente al lienzo
porque más que haya algo de lo que hay que morir,
es que siempre dejas que algo te mate;
y no existen las tinieblas en las adicciones.
El miedo deja de existir para aquellos
que ya lo tienen todo perdido.
Y para qué lanzarse a la deriva si no va a emocionarte.
Si desde que te fuiste soy más mancha que tinta
y no me acerco al papel por si cayese
en la tentación de pensarte.
Hace ya tiempo que tengo los ojos
 tan acostumbrados a la oscuridad
que volver a ver tu fuego,
más que hacer resurgir las chispas en ellos,
no haría otra cosa que fuese abrasarlos.
Y es que llevo media vida intentando salir del bucle
y he tardado otra media en darme cuenta
 que soy yo el ojo del tornado,
que nadar contracorriente no es conseguir ser fuerte,
si no negarte a ser tú mismo.

Pero supongo que tengo lo que me merezco.
Qué sabré yo de amor, si eso no es para cobardes.
He preferido correr de lo que llevaba dentro a llorarlo más tarde.
Pero nunca es tan fácil.
Siempre he sido más de echar de menos que de querer de más,
y será porque cada vez que abandono un puerto con alegría
me doy cuenta que cuando ya no estás
solo extrañas del lugar el motivo por el que habías huido.

Y es entonces cuando nos prohíben volver.
Nunca van a parar de repetirnos que elevemos anclas
y no nos estanquemos, que es pequeño para tanto océano.
Que nos arrastre la marea es el mejor plan
para los que sabemos perfectamente
donde dejamos nuestro amarre, donde está nuestro fuerte;
y para los que sabemos que aunque esté hundido
siempre estará.
Así que para qué volver;
si es algo que nunca va a dejar de estar conmigo.






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