domingo, 11 de noviembre de 2018

Reptil

Vivo en el longevo espacio comprendido entre nacer y morir.
He aprendido que puedes tocar y que no esté.
Que esté sumergido en un extrínseco viaje hacia su memoria.
Tan asumido está que tenemos que avanzar sin olvidar de dónde venimos,
que parece que nos obligamos constantemente a recordarlo
a fin de saborear durante algunos segundos la seguridad
que nos proporcionan los recuerdos.
Condenados a buscar la forma de repetir aquello
que a pesar de cicatriz, hizo reír.

Humeo los pecados que nadie me dio el remedio para saldar,
que nadie se atrevió a perdonarme.
Con ellos dentro veo en el fondo de la copa tierra.
Negra.
Oscuridad.
Agudamente el corazón ha soliviantado el cierre.
Vienen todos a buscarme.
Aquellos buitres que se alimentan de carne muerta
se contentan al verme.
Sigo aquí, pueden tocarme.
Me alzan en pedestales porque les lleno.
Y yo con el cáliz lleno de tierra.
                [no puede colmarse si no hay agua en el vaso.

Yo también me busco.
Derrapo por las curvas de mi guitarra
y culpo a los dedos de quien me roza
cada vez que me rasgan y no sueno como antes.
Asfixio todo lo que tenga amor,
huyo cuando tengo la posibilidad de recibirlo,
me escondo de los fracasos y yo,
que no paro de versearos para que dejéis de tener miedo,
tengo a mis marfiles temblando.
Entonces apareces.
Me miras como si fuese un monstruo.
Ahora tenemos todo lo que quisimos,
pero somos monstruos.
Porque tenemos todo lo que queríamos,
pero no sabemos cómo quererlo,
porque ni si quiera tenemos idea de cómo dejar de querernos entre nosotros.
Hay química pero sientes frío.
Vas a gritarme a besos que dónde estoy yo,
que me echas de menos.
Sí espejo.
Yo también me echo de menos.




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