(Al temor a los comienzos y en especial a nosotras; a ti. Suerte amiga.)
Gritar en mitad de un abismo
solo consigue que escuches a fondo tu eco.
Que las mismas rocas que te hicieron caerte
sean las que te repitan tu agónica melodía,
escuece más que sana.
Pero supongo que usamos la soledad
como comodín con el que excusarnos.
Mirar al cielo buscando el escalón desde el que te desprendiste
nunca va a dejarte ver las estrellas.
Qué importan los luceros cuando te crees lúgubre.
Saber que el mundo está brillando
solo consigue recordarte porqué estás apagada.
Es demasiado tarde ya para repetirte eso
de que cuando acaricias una flor
y después optas por relamerte el dedo,
lo más probable es que acabes envenenado.
Pero si no hubieses absorbido su néctar por miedo a morir,
nunca habrías descubierto a qué sabe la felicidad.
Aunque hace un tiempo ya que te parece insípida,
que solo hueles humedades que te trasmiten tus propias canicas,
que no paras de correr porque te has negado a despedirte.
Porque te has negado asimilar que existen nuevos pasajeros
que debes montar para dirigirte al mismo destino de siempre.
Porque los únicos que te abrazan son tus propios fantasmas.
Porque estos días te obligan a decir adiós a todo,
te obligan a que digas adiós,
a ti;
que siempre has sido de llevarte la vida por delante
y accidentarte en la curva de tu risa cuando te das cuenta
que en este momento vives en lo que fue el futuro.
Ahora solo naufragas, sientes la cabeza confusa al vivir en un pozo.
Y yo solo quiero pedirte que pienses
que desde arriba no paran de arrojarte monedas manchadas de carmín y deseos.
Y si es al hoyo al que piden ayuda,
imagínate como debe pasear la vida.
Te necesitan.
No aceleres la huída.
No temas el cambio,la vuelta a empezar,
las nuevas rutinas, el olvido.
Deja de echarte de menos,
no digas adiós tú, que siempre has odiado las despedidas.
Pero vete.
Aléjate de todo,
no caigas en el vértigo que supone vivir en un punto muerto,
vuelve adonde siempre has querido para empezar de cero,
quítate esa soga del cuello y empieza a escalar.
Hasta que roces la cima.
Pero no te despidas.
Eso solo te obliga a que el día que regreses
tengas que comerte un bloque de hormigón
al intentar entrar en una puerta que un día cerraste,
en vez de llegar arrasando con tus labios.
Y es que te recuerdo que tus pasos
te acaban devolviendo adonde una vez les enseñaron a bailar.
Y que a ti nunca te ha gustado bailar sola.
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