A veces es peor la recaída que la ida.
Y es irónico que lo piense, yo; que siempre había anhelado tu vuelta.
También la misma que siempre ha preferido bailar sola cuando el llanto marcaba el compás.
La que hacía equilibrios en la cuerda floja de su vida
y se tiraba al vacío si se te ocurría aportarme la mano para sujetarme.
Ya sea por miedo a quererte
o por temor a que me quisieras.
La misma que lo hizo mal para no disfrutarlo bien,
para no acabar siendo arena de lo que fue salado tejido.
Para no ser ceniza del mar tenido.
Que solía repetirse que siempre había volado sola
y que aspirar a las estrellas no era creerse una, si no amarse a ella.
Encerrarse en su jaula, que aunque fuera de oro, jaula era,
para repetir que luchar sola es de fuertes
y que necesitar es debilidad,
aunque luego se engañase;
no era lo suficientemente fuerte para decirse que había sido cobarde
ni te necesitaba lo suficientemente poco como para no convertirse en débil.
Pero cómo te sacas el veneno cuando es lo único que sacia tu sed.
Cómo a un espíritu que siempre ha sido libre le enseñas de nuevo
que está rodeada de voces efímeras, apenas siluetas nubladas
que desaparecen cuando grita en silencio lo que le hicieron en el pasado.
Y sobre todo cómo te conciencias de que las cosas se acaban
cuando tú siempre has tenido la magia de hacerlo eterno.
O al menos cuando te sumerges en mi espuma.
Ahí todo brilla,
ahí no te vas ni desparece el miedo,
porque ahí no somos capaces de mentirnos.
Nunca he dejado de intentar conseguir navegar entre los papeles quemados,
sin caer en la cuenta que por mucho que me negase a volver a naufragar contigo
nunca había quitado mi ancla de tu lado.
Y es que por más veces que hemos intentado alzar la vela,
siempre se ha acabado derritiendo.
Y hemos acabado más rotos que llenos,
pero volviendo por nuestro afán de ser los primeros en arder.
Ahí es donde lo torcimos.
En pensar que la vida da vuelve a cruzar caminos,
en pensar que irse es más fácil cuando sabes que vas a volver.
Sin caer en la cuenta que un día vamos a dejar de mirarnos.
Entonces no recordaremos donde fuimos felices y menos el camino de regreso.
No nos importará la magia
ni nos buscaremos cada vez
que estamos ebrios y nos urja el amor.
Es entonces cuando asumiremos de una vez que si sigue saliendo mal
es porque nunca hemos aprendido a irnos.
Te cuento un último secreto.
Seguimos sin haberlo conseguido.
Hasta pronto.
Nos vemos cuando volvamos a olvidar porqué nos fuimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario