domingo, 28 de enero de 2018

Dentro

Pasó su vida llorándole a la luna,
obviando las estrellas,
y cada vez que veía pasarlas fugaces
pedía dejar de pasarlas canutas
y quererse, quererse.

Ella; compuesto de ojos vidriosos
cabeza perdida, con ganas de la cueva,
temía el sol, no creía a la luz;
vidrio, vidrio.

Ella; se prometió no juzgar para no ser juzgada,
vivir de las tinieblas, opaca, rugosa.
Espinas la rodeaban, pero era flor, flor con espinas.
No confiaba, cerraba la puerta, apenas rayos de ventana la miraban de soslayo.

La otra.
Le hicieron sentirse querida
y
comenzó a disfrutar.
De la luz. Esa que le dijeron que tenía propia.
Y se envolvía en tentáculos osados que querían bailar. Y que aseguraban que la querían.
Y  pedía ritmo, corazón sin embrague.

La otra; esa chispa ahora era de alegría. Pasaba días riendo y se decía que se lo merecía, mas era prudente, temor a la caída.

La otra; quién dedicó amor a quién le hacía volar, y ya no temía, la caída. Abrió la puerta, y pólvora lúcida adornó sus esquinas.
Quiso el cielo, salir del suelo, del hueco, llegar al beso.

Sintió que nadie podía parar sus serpientes ahora que miraban y ya no petrificaban, malas esperanzas.

Ella en el fondo quería recordarle el pasado, siendo espectro de lo criado, la otra no recordaba por qué había llorado.

Y en crisis, qué iba a pasar.
Se enfrentaron, acabando en rayos, que destrozaron ventanas y combatieron puertas, que rompieron el vidrio, y por chispa, acabó en incendio.

Ella le echó la culpa a la otra, por querer.
La otra le echó la culpa a ella, por no quererse.
Y cuando las dos comenzaron a erupcionar,
perdió.
Perdió la que quería huir de ellas.
Lucho con todas sus fuerzas,
pero claro,
siendo entre tus mitades,
nunca puedes huir de lo que llevas dentro.