domingo, 27 de mayo de 2018

Volver (IV)

A veces es peor la recaída que la ida.
Y es irónico que lo piense, yo; que siempre había anhelado tu vuelta.

También la misma que siempre ha preferido bailar sola cuando el llanto marcaba el compás.
La que hacía equilibrios en la cuerda floja de su vida
y se tiraba al vacío si se te ocurría aportarme la mano para sujetarme.
Ya sea por miedo a quererte
o por temor a que me quisieras.

La misma que lo hizo mal para no disfrutarlo bien,
para no acabar siendo arena de lo que fue salado tejido.
Para no ser ceniza del mar tenido.
Que solía repetirse que siempre había volado sola
y que aspirar a las estrellas no era creerse una, si no amarse a ella.
Encerrarse en su jaula, que aunque fuera de oro, jaula era,
para repetir que luchar sola es de fuertes
y que necesitar es debilidad,
aunque luego se engañase;
no era lo suficientemente fuerte para decirse que había sido cobarde
ni te necesitaba lo suficientemente poco como para no convertirse en débil.

Pero cómo te sacas el veneno cuando es lo único que sacia tu sed.
Cómo a un espíritu que siempre ha sido libre le enseñas de nuevo
que está rodeada de voces efímeras, apenas siluetas nubladas
que desaparecen cuando grita en silencio lo que le hicieron en el pasado.
Y sobre todo cómo te conciencias de que las cosas se acaban
cuando tú siempre has tenido la magia de hacerlo eterno.
O al menos cuando te sumerges en mi espuma.
Ahí todo brilla,
ahí no te vas ni desparece el miedo,
porque ahí no somos capaces de mentirnos.

Nunca he dejado de intentar conseguir navegar entre los papeles quemados,
sin caer en la cuenta que por mucho que me negase a volver a naufragar contigo
nunca había quitado mi ancla de tu lado.
Y es que por más veces que hemos intentado alzar la vela,
siempre se ha acabado derritiendo.
Y hemos acabado más rotos que llenos,
pero volviendo por nuestro afán de ser los primeros en arder.

Ahí es donde lo torcimos.
En pensar que la vida da vuelve a cruzar caminos,
en pensar que irse es más fácil cuando sabes que vas a volver.
Sin caer en la cuenta que un día vamos a dejar de mirarnos.
Entonces no recordaremos donde fuimos felices y menos el camino de regreso.
No nos importará la magia
ni nos buscaremos cada vez
que estamos ebrios y nos urja el amor.
Es entonces cuando asumiremos de una vez que si sigue saliendo mal
es porque nunca hemos aprendido a irnos.
Te cuento un último secreto.
Seguimos sin haberlo conseguido.
Hasta pronto.
Nos vemos cuando volvamos a olvidar porqué nos fuimos.


domingo, 20 de mayo de 2018

Lo que nunca pude decirte.

Siempre hemos sido más de guerra
que de paz, pero en mitad de bombardearnos la risa llegaba la tregua.
Siempre hemos sido de pedir deseos sin mirar a las estrellas,
de esquivar los besos cuando los pedimos y de robarlos cuando no podemos ni vernos.
Siempre hemos sido de hacerlo torcido.
De no dejarle nada al destino y mover las fichas en el tablero,
tú de apostar por mí cuando tenías el mundo en contra,
yo de revolverme cuando todo pintaba a babor.
Pero qué iba a hacer,
 si nadie sabe qué se hace con el amor
cuando el orgullo pacta con el miedo.

Siempre hemos sido de no aguantarnos la mirada
sin jugar con manos torpes que querían hacer heridas,
a ver quién era más fuerte, a ver quién más quería
y nos ganó el tiempo de la vida.
Siempre hemos sido de querernos cuanto más lejos estábamos,
de vomitarnos odio cuando podíamos abrazarnos
y de callarnos lo que sentíamos por temor a lo que pensáramos.

Siempre hemos sido de tropezar con la piedra aposta,
de arrojarla al camino del futuro inútilmente,
porque nos la hemos acabado encontrado tarde o temprano de nuevo.
Siempre hemos sido de perder el tiempo que ahora nos hace falta.

No he dejado de culparme. Sigo pasando por el sitio de nuestro recreo,
por ese metal que llamábamos paraíso detrás del césped que surcan los balones;
y por el otro al que creíamos Edén y no era más que nuestro trozo de asfalto;
y nos recuerdo tiritando, sanando balas que un día
nos hicieron dejar de creer en lo que ahora habíamos creado.

Pero más me duele oírte decir que solo fue nuestro pero que ya no es,
más me duele mirarte sin el beso de después.
Más me duele saber que ahora lucho sola,
que sigo intentando incendiar un océano con las cenizas de lo que nos queda, esas que me he quedado.

No es justo pedirte nada, pero no me olvides.
Busca otras faldas, les suplico que te quieran,
ahógate en otras piernas, que despierten tu infierno
y apacigüen a ese demonio que surge cuando te das cuenta que no eres tan fuerte.
Quédate con quien descubra que tú solo echas de menos lo que siempre habías odiado.

Porque quiero algún día decirte que yo tampoco lo he hecho.
Porque quiero seguir siendo aunque te hayas ido.
Aunque me haya ido.
Aunque no nos vemos.
Siempre vas hacer que me brillen las pupilas, y no hay versos a esa altura.
Ni a esa magia. Ni a ese miedo.
Sé feliz.




domingo, 13 de mayo de 2018

Quién se queda con las cenizas

Una vez que se prende el fuego es difícil apagar las llamas.
Y que nos lo digan a nosotros que siempre fuimos más de hacer saltar las chispas cuando necesitábamos un poco de ardor.
Y cuando la fogata estaba a medio gas, de soplar fuerte para prenderlo rápido.

De erizarme la portada cuando sentía frío,
de bombardearte la boca cuando no veías las estrellas.

Me gusta recordar cuando cruzábamos los dedos si solo nos quedaba la fe y alisábamos el papel por muy doblado que lo convirtiéramos.
Aunque nunca volvía a ser el mismo, algo más apaciguado estaba.

Me gusta imaginar que me traerás madreselva cuando salga con las sienes desencajadas de mi oscura realidad que difusa, atormenta mi alma, ese oculto, hálito de miedo por el pasado que lo dejo hueco, sin vida.

Me gusta pensar que el incendio necesitará más leña, y que descubrirás que echas de menos las ramas del árbol que sembramos.
Aunque luego acabemos reconociendo que nunca supimos cuidarlo.
Tú siempre intentaste enseñarme el vaso medio lleno, y yo nunca dejé de fijarme en lo vacío.

Me gusta presente, la imagen que tengo de la vez que erupcioné por mis cuencas sobre la nube que protegía tu vida y te grité amor haciendo voluminosa la ola de fuego.
Después te eché de menos.
Me gustas presente porque cuando te conviertas en pasado,no quiero que vuelvas.

Quiero quedarme con lo negro que dejamos tu nido y la rotura por tensión de nuestra cuerda, que siempre se apañaba con atarla por el último hilo
                              [hasta cuándo sería el último.
Quiero quedarme con la explosión de caricias  y con los puños que iban marcando cicatrices de lo que estábamos siendo.

Quiero que cuando seas pasado, te vayas.
Porque si vuelvas intentaré que ardamos del mismo modo y las piedras usadas, por mucho frío que desprenda la noche, nunca acaban brillando lo suficiente.
Así que me quedo con la forma en la que hice brillar tus pupilas.
A nadie vas a provocarle las mismas ganas de fumarte porque nadie va a hacértelos lucir igual.

Y por último dime, mientras soplo,
quién quieres que se quede con nuestras cenizas.


domingo, 6 de mayo de 2018

En la mejilla

He pasado por la calzada del antes
pensando que me dirigía al camino del después
y es que no puedes reconstruir el ahora
si vuelves a lo que te ha hecho romperte.

Mentiría si te dijese que no surco
todos los días el paraíso asfaltado
donde jurábamos nuestra suerte.
Donde tú solías quererme,
donde yo solía creerlo.
Acelerabas latidos, convertidos en estrellas fugaces,
voladoras, pasajeras de mis ganas.

Y ahora que el descansillo está vacío,
se me caen mis pétalos y velan
la fúnebre estatua de lo que fuimos,
pero ya no somos.

He oído que llamas codicia a sus caderas,
que nunca has dejado de querer sus yemas
y que has arrancado las huellas que te dejé cuando pasaste por aquí.

Huyo de mí para buscarte,
anhelo morder los dos rubís,
acariciar tu cáliz rosado,
encender nuestra llama con la chispa que desprenden tus pupilas.

Y es que desde que no estás
me he dado cuenta que si alguien ha perdido,
he sido yo;a mí.
Y me vuelvo lluvia,
arrojo todos los pedazos de lo que tuvimos por lo que tienes
y pienso si justo antes de apagar la luz
sigues viéndome en esa foto del lado izquierdo.
Y es que yo te sigo pensando.

Desearía cruzar de nuevo la calzada del antes,
para que esta vez,
cuando llegase el momento de despedirnos,
en vez de jugar a darte el beso en la cara,
apostase por regalarte mi boca,
mientras te escribo en la espalda
lo mucho que te echo de menos.
Aunque ese sea el último beso que tú me dieras,
y aunque ese sea el último verso que yo te escribo.