viernes, 27 de marzo de 2020

Rejas

Presupongo mi neurosis como una línea paralela a la monotonía.
Me consta lo raudo que avanzan ambas últimamente, sobre todo desde que me mantengo viva en una celda.
Desde aquí dentro todo ha adquirido un tono cada vez más monocromo y decoro el paso del tiempo con un análisis de recuerdos y estados hipotéticos confluentes que acaban en resaca nocturna, que junto al insomnio y a la ansiedad, tiene como principal síntoma la culpabilidad y el anhelo del pasado.

Observo los gritos de todos los analistas que ansían volver al sitio donde estaban.Sus cuencas negras bajo los luceros, lo rápido que se han evaporado esas primeras risas que les producían todos aquellos que consideraban imprescindibles al inicio de esta condena.

A veces me asomo a la ventana, pero duro pocos segundos. Siempre lo califico como posarme enfrente de un escenario en el que paradójicamente un tumulto de cadáveres salen a que les recuerden que están vivos.
Duro pocos instantes porque la simplicidad siempre ha infundado en mí un sentimiento de tristeza.
Les compadezco.

Algunos llevan demasiadas noches viviendo solos consigo mismos y han empezado a entender por qué hay tanta gente que les odia. Son los mismos que extrañan a unos títeres que les hagan sentir parte de algún sitio.
También están los espejos asesinos. Los que se atreven a someterse a juicio todos los días frente a ellos ya han recortado masa, ya han apagado los focos por no verse relucir las mejillas, las zonas demasiado lisas, las zonas no lo suficientemente voluptuosas.

Conozco a su vez, cientos de peces burbujeando vacío. Intentando creer que son felices ahora que no pueden huir de lo que les rodea, asimilando que estaban tan ocupados en la vida que se les había olvidado el vivir. Conozco millones de becerros que luchan con otras manadas por defender su verdad, protagonizando ese borreguismo social que tanto me abruma.

Pero sobre todo me asustan las mentes ociosas. Son capaces de albergar al demonio en sí y a menudo el cansancio comete más crímenes que la malicia. Es el precio que tiene vivir sumergido en la ignorancia que te propician unas pantallas, unas piernas bonitas que solo te sacian un fin de semana.

He dicho que he oído muchos gritos.
Yo también gritaría si descubriese que solo queda dependencia donde firmé amor, que existe el amor de tu vida pero cambiaste de vida, que puedes necesitar y ya no querer.

He oído en la última quincena demasiados gritos.
Pero si tuviese que abrazar a alguien en medio de esta agonía, elegiría a los que aún estando solos, no echan de menos a nadie.
Porque esos ya no gritan.
Porque esos ya no sienten.


domingo, 15 de marzo de 2020

Tránsito

Escupo con descaro advertencias que alarmen a cualquiera
que se acerque de que yo solo estoy de paso.
Y divido a la audiencia entre los que creen que puede conseguir que permanezca
y aquellos que se desvanecen ante semejante grosería.
Solo sé que ambos bandos acaban por odiarme.

Algunos lo toman como pretexto
para no tener que asumir que no han sido capaces de domarme.
Y otros simplemente se aferran a la idea de que durante algunas tardes
me quedé a observar con ellos el atardecer y que eso ya les hace especiales.
Aunque ellos no mirasen la puesta de sol.
Ni yo les mirase a ellos.

Identifico de lejos a las polillas que ansían un racimo de luz
y me divierto apagando mis ganas justo cuando las suyas efervescen.
Por eso me tachan de frívola.
Claro que siempre lo soluciono desencadenando un sinfín de versos
que creen que les he dedicado y no eran más que
una parte de la función en la que son los títeres.
Y las risas decoran mi hastío.
No hablo de vacíos, de interiores huecos unidos
a pasados sangrientos y espinas clavadas, sino de cansancio.
De aislamiento ante vuestra idílica fachada construida forzosamente
con tal de encontrar unas palmas en las que podáis entrelazar vuestras yemas.

No estoy viva para eso.
Por eso siempre me marcho, por eso nunca soy lo que esperas.
Incluso cuando me llevas mucho buscando.
Incluso cuando crees que llevo mucho quieta.
No es aquí tampoco, por eso me marcho.
Y ahí es cuando empiezan a odiarme todos a los que un día dije que quería.
Cuando derraman furia sobre las cenizas de nuestra hoguera fundida.
Pero cualquiera debería saber que quien juega con fuego
corre el riesgo de acabar abrazado a un clavo ardiendo.
Y normalmente no te duelen las quemaduras hasta que se apagan las chispas.



domingo, 8 de marzo de 2020

Aunque ya no están

Ha perdido la cuenta de las noches que tiene en deuda con la luna.
Es una forma de pagar su condena.
Acariciándose el vientre, se cuestiona el sí.
Quizá si la hubiese dejado vivir menos no estaría ahora muerta.
Pero una vida presa del miedo es el camino hacia la tumba.

Así que optó por carmín.
Por creer que eran sabios todos los que la vanangloriaron por sus senos antes que por sus sesos y pasó su infancia compitiendo porque algún Paris le diese la manzana.
Sin saber que cuando fuese el momento de morderla la nombrarían reina del pecado.
Quizá si le hubiese dicho que no, no le quedarían solo memorias de taconeo.

De calles vacías impregnadas por la fragancia del miedo. De ojalá y tenga suerte. De no volver sola, de dormir tranquila, de ten cuidado vida mía no vayas a ser la próxima. Y lo sería.
De su rojo de carmín inundando un cuerpo, de descampados cementerios de vírgenes, de silencios.
Aunque hubiese gritado. Aunque hubiese peleado. Aunque hubiese quedado viva.
Tampoco la habría creído.

Y le llora la cara otra noche más por haberle dicho a su pequeña sí, aún sabiendo que nadie le  escucharía su no.
Y le tamborea la conciencia un tranquila mamá. Y se achucha su tripa, como si fuese un legado, como si quisiera sacarse sus vísceras, como si supiese un por qué si había vivido poco, un por qué si ya se habían ido demasiadas.
Y apoya su alma junto a la ventana por si alguna madrugada se la traen de entre las calaveras,para decirle que nunca se encontró con ningún monstruo. Y se tortura la que le dio la vida por no poder devolvérsela.

Y decide recorrer esa calle. La del taconeo, la de las súplicas sin respuestas, la de la resistencia al intrépido vuelo descendente de su falda. A recorrerla honrado su memoria, sus alas, sus sueños, su pequeña.
Porque si el aleteo de una mariposa puede originar un tornado, cómo un cadáver no iba a desembocar la revolución.