Corrosivas, aquellas que te acercan un poco más a la muerte.
Necesarias, aquellas que te hacen crecer un poco más.
Y la única vez que me he dado cuenta que he perdido fue cuando sin despedirme se fueron sus canas.
Y ahora a veces me arrepiento porque me han leído más que escuchado, pero no me gusta la gente.
Viene de mi odio a la vida y de mi afán por ser nómada de todas las esquinas que me han querido a lo largo de mi camino.
No es que no sepa quedarme, es que detesto el agua estancada.
He pasado meses de sequía emocional para olvidar el olor de esos sitios.
De ahí las arcadas y de ahí vomitarme.
La mayoría de ellas sale como una mezcla heterogénea de partículas tan sin sentido que enganchan a cualquiera que pase más de su décima de segundo tratando descifrarlas.
Siempre me he ido.
De llamar hogar a no recordar ni dónde solía estar.
De cuidarlo a romperlo, de arder a soplar.
Nunca me ha importado, siempre se me ha dado bien llorar sola.
Eso las veces que decidía que era un buen momento para diluviarme.
Casi nadie ha sabido erizarme la piel y en pocas cuencas dejo mis pupilas.
Descubrí la calma cuando me di cuenta que tenía que vivir sabiendo que todo iba a acabarse.
Porque se acaba.
Pero yo mientras vivo.
Me ha hecho fuerte. El saber cuándo decirme basta y el saber medir lo que valgo. Y de lo que carezco.
El ronroneo de mis sienes me bloquea, me hace difícil, a veces me apetece ser hálito.
He gritado mis insuficiencias y cuando tenía todo a favor, me han pedido que por favor, espere. Tengo poca paciencia.
Podría romper un reloj de arena antes de que se consumiese un minuto.
En esos momentos siempre me acuerdo.
De las veces que aún dándolo todo no ha servido de nada,
de las otras que no di nada y me valoraron por encima de todo.
He conocido el fracaso.
Sé lo que es caminar por el borde de una acera,
vértigo lento, buscar la adrelina solo para que algo te haga cosquillas;
intentando no perder el equilibrio.
Pero lo pierdes.
Pero es que de solo existen dos tipos de pérdidas.
Y desde que me he tomado todas como necesarias, escribo.