domingo, 19 de enero de 2020

Punto muerto

Empecé a escribir el día que aprendí que había dos tipos de pérdidas.
Corrosivas, aquellas que te acercan un poco más a la muerte.
Necesarias, aquellas que te hacen  crecer un poco más.
Y la única vez que me he dado cuenta que he perdido fue cuando sin despedirme se fueron sus canas.

Y ahora a veces me arrepiento porque me han leído más que escuchado, pero no me gusta la gente.
Viene de mi odio a la vida y de mi afán por ser nómada de todas las esquinas que me han querido a lo largo de mi camino.
No es que no sepa quedarme, es que detesto el agua estancada.
He pasado meses de sequía emocional para olvidar el olor de esos sitios.
De ahí las arcadas y de ahí vomitarme.
La mayoría de ellas sale como una mezcla heterogénea de partículas tan sin sentido que enganchan a cualquiera que pase más de su décima de segundo tratando descifrarlas.
Siempre me he ido.
De llamar hogar a no recordar ni dónde solía estar.
De cuidarlo a romperlo, de arder a soplar.
Nunca me ha importado, siempre se me ha dado bien llorar sola.
Eso las veces que decidía que era un buen momento para diluviarme.
Casi nadie ha sabido erizarme la piel y en pocas cuencas dejo mis pupilas.
Descubrí la calma cuando me di cuenta que tenía que vivir sabiendo que todo iba a acabarse.
Porque se acaba.
Pero yo mientras vivo.

Me ha hecho fuerte. El saber cuándo decirme basta y el saber medir lo que valgo. Y de lo que carezco.
El ronroneo de mis sienes me bloquea, me hace difícil, a veces me apetece ser hálito.
He gritado mis insuficiencias y cuando tenía todo a favor, me han pedido que por favor, espere. Tengo poca paciencia.
Podría romper un reloj de arena antes de que se consumiese un minuto.
En esos momentos siempre me acuerdo.

De las veces que aún dándolo todo no ha servido de nada,
de las otras que no di nada y me valoraron por encima de todo.
He conocido el fracaso.
Sé lo que es caminar por el borde de una acera,
vértigo lento, buscar la adrelina solo para que algo te haga cosquillas;
intentando no perder el equilibrio.
Pero lo pierdes.
Pero es que de solo existen dos tipos de pérdidas.
Y desde que me he tomado todas como necesarias, escribo.






domingo, 12 de enero de 2020

Vanos

He crecido desde el rincón más oscuro de una habitación en movimiento.
Su giro asiduo ha hecho que algunos años se escondiese aún mejor mi esquina.
Esas veces me rodeaba un charco.
Solía tener los ojos cansados y las mejillas mojadas.
Apenas nadie lo sabe.
Tampoco me lo han preguntado,
y casi con total seguridad de haberlo hecho yo tampoco habría respondido.

He soñado desde que decidí sentarme ahí con abrir la puerta.
Pasé muchas noches, ahora pienso que quizá demasiadas, preguntándome cómo hacerlo.
La frustración por romper esa madera me llevó al desasosiego.
Y ahora he hecho del caos mi zona de confort
y cualquier hálito de tranquilidad me hace meterme en mi caparazón.
Recibí con el transcurso del sol a muchos invitados
que abrían la puerta y la cerraban seguidamente para quedarse
e intentar curar lo que ellos han catalogado como mi demencia.
Intentaban acercarse y debo mil disculpas;
tratar de permanecer conmigo es justamente lo que no le desearía a nadie nunca.
Criticaban mis bostezos y mi apatía por el ensordecedor sonido de sus latidos.
¿No veían que yo solo quería acabar con esa puerta?

Ante mi hieratismo emocional, acababan en añicos.
A veces me arrojaban piedras antes de irse.
Otra veces siguen intentado hacerlo.
Mi falta de interés por todos y mi mucho quererme
me hace pensar que solo las tiraban por si reaccionaba.
No he respondido a ninguna, incluso cuando habéis creído que lo hacía.

Pero reconozco que todos esas entradas sin estímulo
me hicieron sombra del miedo, una fragancia del vacío.
Cada vez era más pequeña en ese ángulo.
El monstruo del pasado y los fantasmas del futuro me producían sudores.
Insomnio.
Faltas de ser.
Luchas contra demonios que me hacían sentir inútil
al haber permitido la invasión de mi espacio.
Rumiante de recuerdos, cuando había olvidado que quería abrir la puerta;
vi que durante años siempre había tenido abiertas las ventanas.