domingo, 12 de mayo de 2019

Discernimiento

Me enferma el taconeo del reloj. Frenética.
Siempre he querido superarlo o apaciguarlo,
pero nunca ha coincidido el ritmo
de esas flechas con el de mis sentidos.
Encuadro mi vida entonces en un atasco.
En una aglomeración de casualidades
que conforman lo que soy.
Que me asfixian cada vez que trato acelerar.
Que me retienen en medio de una humareda
que me hace ser consciente de mis carencias,
de lo que he perdido,
de quién soy a los ojos de los cientos.

Esos días son grises y me visitan mis buitres.
Siempre los miro con añoranza
y pienso en lo feliz que era cuando los creía mariposas.
Luego vuelven a arrancarme las tripas
y a escupirme por el mismo pico que un día me juro amor.
Y deseo odiarles.
Odiarles por el sadismo que desprenden hacia mi carne muerta,
hacia estas entrañas podridas, roídas por el malquerer.
Pero luego solo soy capaz de pensar que les debo unas disculpas.
Estaban en lo cierto.
Creo que nunca es tarde; así que lo siento, “yo tampoco sabía cómo querer, estaba improvisando”. Aunque siempre habrá caminos más ligeros donde saben de qué va la vida.
Es más fácil vivir con quien no se pierde.
Y yo siempre divago entre varios senderos.
Y es que no puedes elegir una dirección
cuando sientes que ya no perteneces a ningún sitio.

Ahí llega el momento en el que braman
esas malditas agujas de nuevo en mis oídos
y solo quiero romper el cristal y deshacerme de este atasco.
Luego pienso que fuera de este hemisferio
tampoco me comprende nadie
y ahoga mis ganas de escapar.
Encerrada en medio de los dos tiempos pierdo la fe en mi existencia.
Hace tiempo que todo mi alrededor ha comenzado a descomponerse.
Me escuecen los ojos por tenerlos abiertos
pero con tal de seguir viéndote la cara
no los cerraría en mi vida.
Lo tengo claro cada vez que me dicen lo que es correcto.
Te prometo que jamás he dudado de la bondad de tus yemas,
de lo que me llena tus brazos.
Te juro que no es amor cuando me acerco a quien quiere quemarme las palmas,
pero solo sé hacer versos cuando alguien hace que me salten chispas.
No confundo los caminos, no hagas resonarlo,
ya he llovido mucho intentando aprenderlo, te pido que no hagas resonarlo.
Entonces ensancho mis pupilas de nuevo y me dejo estar.
Claro que si fuese la última vez en mi vida que voy a poder abrir los ojos .
¿A quién elegiría mirar?

domingo, 5 de mayo de 2019

Divulgameto

De pequeña jugaba a dibujar con el dedo
una línea imaginaria que uniese las gotas que empañaban el cristal.
Quizá porque comprendían el estado empañado entre la calma y la tormenta,
quizá porque me sentía.

Siempre me han dado vértigos los sitios vacíos,
pero mi afán por meterme en la boca del lobo acaba por adentrarme.
Siento el calor de un aliento sereno de aquellas mentes básicas
que solo allanan el terreno hasta encontrar
el momento culminante de la locura fatua para inyectar su veneno.
Y cuando lo estás sintiendo aprietan los dientes.
Entonces te verseaba a partir de esas heridas y pensaba que eso era amor.

Tal vez es que la inmensidad de mis cloacas sean las culpables de traer la peste,
de conducir a esa sinrazón de casualidades a mi vida,
esas que confluyen cada vez que tengo la miel en los labios para susurrarme que resista.
Que no es lícito lamer lo que le pertenece a otras fauces.
Pero cómo ser fiel a lo moral; yo, que nunca he sido de nadie.

Aparece el barrunto de que todo comienza de nuevo
y entonces huyo
 no vaya a ser que devore lo que me hace sentir y después acabe teniendo arcadas.
No vaya a ser.
Por eso me paso la vida corriendo.
Probablemente peco de pensar en el final antes de que todo esté roto
pero nadie me inunda tanto como para evitar que bostece
mientras entretejo de momentos la telaraña de lo vivido.

Hasta que pasas;
es entonces cuando tiro el hilo y me enredo entre tus sienes porque siempre me transmitirán la palabra libertad.
Y es justamente la misma que me susurra que nunca será con quien quieres estar,
sino con quien descubras adónde no quieres volver.
Y en ese momento entiendes que el amor es algo parecido a dibujar con el dedo una línea imaginaria que una los lunares que decoran una espalda.
Quizá porque te hacen sentir que solo te necesitas a ti, pero que puedes querer a alguien más.