domingo, 3 de febrero de 2019

Pócimas

He recogido todas mis lecciones saladas
en diminutos botes que dejan ver esa agua cristalina
que manó de la fuente amarga de mis tropiezos.
Las miro desde ese rincón de la habitación
que no llega a la ventana,
pero si te giras puedes observar cada baldosa
que tocaste antes de llegar allí.
Buldera de curas de amor,
he cometido todos los pecados de Cupido
y tengo la valentía de quien asegura ser de hielo.
Es más fácil que decir que estás vacía.
Supongo que es inverosímil gritarlo si tú vida graniza.
Entonces me limito a pasear mis yemas
por las etiquetas que le coloqué a cada veneno.

Esa mesilla repleta de hatajos llenos
de sentimientos acumulados me produce arcadas.
Me revuelve las mariposas muertas
que hace años abandonaron el capullo.
Entrañan en la senda que tuve que atravesar
para encontrar al diablo con el que
pactar mi alma por el olvido.
Ahora veo en las ciénagas a esos unánimes
con unos corazones sedientos de salidas de emergencias
que cavan su tumba persiguiendo la misma luz
que les ha hecho apagarse.
Creyéndose errantes de finales torcidos
y amores efímeros
y culpándose por haber tenido que vivir en una vida
donde todo está condenado a acabarse.
Con el mundo en llamas y sintiendo frío.

Ya he padecido esas fiebres.
Yo también he tiritado anhelando
que me arropasen mis luceros.
Y llegué a morirme congelada.
Hasta que aprendí a decirme
“me quiero”.
Desde entonces florecen en mí todas aquellas rosas
que jamás llevó nadie al entierro tras mi asesinato.
Y si he resucitado es mi oportunidad
para evitar ver más mesillas con cristales llenos.
Para gritarte sí antes de que te arranques el pétalo.
Y para tirar de él más fuerte.
No soportaría hacerte daño,
solo pretendo explicarte que
la razón de tu ceguera
viene de la consumición
de esas pócimas alucinógenas.
Saben bien, pero se dirigieren entre tempestades.
Estoy tirando, no tengas miedo.
No es tan malo dejar de ser para reforzarte.
Lo que es horrible es hundir a todo el que te quiere,
para intentar llegar a ser.