jueves, 12 de agosto de 2021

Nubes


Yo siempre quise fundirme con las nubes.

De la tierra ya he sido abono.

Dejaba a los gusanos

hacerme cosquillas en mis platillos,

descender por mi guitarra,

hacer sonar mi trompeta.

Mientras que miraba las nubes.

Nunca consentí a mis manos 

acariciar la arena.

Los gusanos querían mi carne, 

acabaron por morder cada trozo.

Pero yo me debía al cielo.


Cuando logré incorporar mis cejas,

mi blanco se creyó espuma. 

Entonces tuve que jugar con el agua.

Los peces me royeron las postillas, 

el pasado coagulado de mis piernas 

devorabas por esos malditos gusanos.

A mí me gustaron los peces 

y por eso me quedé a bailarles un rato.

Ellos me seguían en círculos,

y de donde estanque después pozo, 

y yo los quería pero 

los peces sabían 

que yo me debía al cielo.


Alcancé los montes,

atravesando sus bosques-fortaleza

y sus árboles-habitáculos.

Allí respiré éxito.

La mayoría de los pájaros 

me dibujaron plumas,

me quisieron llevar a velar su aire.

Lamí cada estrato de viento que me ofrecían 

y las primeras nevadas, la vida me sabía a estrella.


Una mañana desperté con los ojos del alma,

con los que el mundo quiere estar dormido,

y entonces el camino eran burros con alas,

ratas con plumas. 

Pensé el amor en los lobos voladores,

caí en la fiesta de las hienas piloto. 

Entonces lloré entre las cumbres,

pataleé los bosques,

arranqué los árboles,

vacié estanques, 

revolví la arena.


La gente me creía soberbia, 

me bebían demente, 

me besaba solitaria.

Y yo buscaba el techo 

soberbia, 

demente, 

solitaria.

A veces hay que compartir la tormenta. 

Así que tenías que llegar tú 

para recordarme que yo era del cielo. 

Entonces calma. 

[Aunque estuviese en el suelo. 

Abandoné el resto de fusiones 

y aprendí a veces se pueden sentir las nubes 

con que alguien te diga te quiero.

domingo, 1 de agosto de 2021

Osiris


Cuando regreso a ese territorio, 
cuando quedo relegada 

al cuneiforme rincón 

donde cada cual guarda su pena, 

estoy sola. 


Me han mirado con envidia las almas de avestruz,

con odio 

las cabezas de sentido,

pero es que hay ratos en los que pierdo la sed.

En medio del agua fresquita, de la nariz de nata, 

vuelve el monstruo porque pierdo la sed.

Porque no puedo querer beber.


Yo he aprendiendo que no puedes alterar el curso natural de tu río. 

A mí me da placer cuando se me bañan vuestros ombligos, 

cuando chupais de mis días 

y me hacéis partícipe del mayor regalo del hombre, vuestro tiempo. 

Y me dejo ser, sin yo ser nada vuestro; 

me camuflo tanto que cabe confundirme 

y os sentís engañados cuando me esquilo, 

claro que he amado pero de repente no tengo sed 

y ahí llega la peor parte, 

jamás culparé por no saber entender 

el curso natural de esta corriente mía. 


A mí me gusta comer tormentas. 

Me dedicáis vuestros pecados, 

vuestros luceros saladitos;

Me creéis en vuestros caudales 

porque así dibujan 

el curso natural de la vertiente suya 

a los que la rutina les ha absorbido. 

Y yo incluso he conocido ocasiones 

para dejarme envolver por la demagogia, 

hasta que llegáis con tambores, 

con los días de gracia, 

con la fiebre de lo ordinario. 

Ahí llega la peor parte porque os confundo 

y yo me siento engañada 

y no valoro el curso natural de vuestro flujo, vuestro.


Es de mala educación que rumie 

las margaritas de sus dedos por un rato 

sabiendo que mi cauce dedica el resto de sus soles 

a esnifar historias, 

que es con lo que han hecho los grandes poesía. 

Entonces me entra la sed, y repudio vuestras serpientes incluso con las que soñé caricias 

y aparece terror a cantarme sola, 

mi pena se guarda donde mi inusitado rincón, 

relegando mi yo a ese territorio 

al que regreso cuando mi río desemboca.