Yo siempre quise fundirme con las nubes.
De la tierra ya he sido abono.
Dejaba a los gusanos
hacerme cosquillas en mis platillos,
descender por mi guitarra,
hacer sonar mi trompeta.
Mientras que miraba las nubes.
Nunca consentí a mis manos
acariciar la arena.
Los gusanos querían mi carne,
acabaron por morder cada trozo.
Pero yo me debía al cielo.
Cuando logré incorporar mis cejas,
mi blanco se creyó espuma.
Entonces tuve que jugar con el agua.
Los peces me royeron las postillas,
el pasado coagulado de mis piernas
devorabas por esos malditos gusanos.
A mí me gustaron los peces
y por eso me quedé a bailarles un rato.
Ellos me seguían en círculos,
y de donde estanque después pozo,
y yo los quería pero
los peces sabían
que yo me debía al cielo.
Alcancé los montes,
atravesando sus bosques-fortaleza
y sus árboles-habitáculos.
Allí respiré éxito.
La mayoría de los pájaros
me dibujaron plumas,
me quisieron llevar a velar su aire.
Lamí cada estrato de viento que me ofrecían
y las primeras nevadas, la vida me sabía a estrella.
Una mañana desperté con los ojos del alma,
con los que el mundo quiere estar dormido,
y entonces el camino eran burros con alas,
ratas con plumas.
Pensé el amor en los lobos voladores,
caí en la fiesta de las hienas piloto.
Entonces lloré entre las cumbres,
pataleé los bosques,
arranqué los árboles,
vacié estanques,
revolví la arena.
La gente me creía soberbia,
me bebían demente,
me besaba solitaria.
Y yo buscaba el techo
soberbia,
demente,
solitaria.
A veces hay que compartir la tormenta.
Así que tenías que llegar tú
para recordarme que yo era del cielo.
Entonces calma.
[Aunque estuviese en el suelo.
Abandoné el resto de fusiones
y aprendí a veces se pueden sentir las nubes
con que alguien te diga te quiero.