domingo, 11 de octubre de 2020

El pestillo

Desde que le di un muerdo a esa puerta de madera y ando deambulando con tutúes rosas y nubes de algodón le he perdido el miedo a la muerte.

Paso las mañanas desayunando letras y nunca estoy llena, pero al menos ya no estoy vacía.

Y sustituyo mis tintas por perderme entre pestañas y raíles.

Y a veces ni siquiera necesito escribir porque al fin soy yo la que vive de mi poesía.


Me llevo flores los días en los que recuerdo mi funeral. Ni me sale llorar. 

Me limitaba a buscar una cama donde me arropasen sin darme calor, no me fuese agobiar. De repente todo fluye aquí. Y me besan a mis fantasmas y me acarician las tempestades que surgen de los y si. Y a veces tengo miedo pero me dejo llevar. Y apunto a ganar. 


Lo siento pero no pido perdón. Intento ubicar qué echo de menos pero todo está en su lugar. Y tirito cuando me acerco a la puerta porque no me atrevo a mirar, quedan cadáveres allí. No extraño nada, no me sé disculpar.


Claro que conozco las estrellas que me faltan en el cielo de esta ciudad. No son muchas pero las quiero abrazar las mismas noches que ebria rezo a quien fui. A la calavera triste de detrás de la puerta. A los ojitos que habían perdido las ganas de vivir. Menos mal que nunca las de soñar. 

A esas estrellas que me agitaron cuando solo veía pesadillas, seguís aquí.

Aunque ella ya no esté detrás de la puerta porque yo le he perdido el miedo a morir.

Porque ella ha estado mucho tiempo muerta y yo ahora estoy aprendiendo a vivir.