domingo, 7 de noviembre de 2021

7


Si tú supieses apreciar los ratones 

que he dejado salir de mi hoyo 

para alimentar a tus serpientes,

el sonido de mi agua 

que he dejado caer 

para regar esa seca tierra tuya, 

la presión de mi brisa 

que he dejado flotar

para acariciar las pasadas hojas roídas de tus ramas. 


Si hubieses aprendido a comer los frutos rojos 

que te han regalado mis labios, 

los trozos de tinta que te han dedicado mis puños,

las huellas que he tenido que marcar para seguirte.


Si tú supieses las espinas que me he arrancado 

para que cogieses mis flores,

las barreras que he cerrado 

para que conocieses a mi cuco,

las mareas que he calmado 

para que probases mi sal.


Si hubieses absorbido la sangre de mis rodillas 

para subir a tus montañas, 

las noches de mi vigilia 

para curar tus pérdidas,

los huesos en los que me he convertido 

para escuchar tus síes;


Habrías descubierto a tiempo que antes eras serpiente hambrienta y no conocías la ambrosía del rojo.

Recordarías la tierra desértica que habitabas y las pocas flores que habías probado.

Las dudas no te habrían hecho parar la arena.


Y entonces ahora no llorarías 

a los engranajes de esta muñeca quieta, 

ni dudarías de la plenitud de tu vida,

ni extrañarías esos lirismos míos,

porque nunca los habrías perdido. 


domingo, 17 de octubre de 2021

Cielo


Te dejé entrar en mi parcela de cielo. 

Era algo inusual porque han volado muchos pájaros, pero mis vientos y tormentas repentinas siempre los acababan espantando o yo los consideraba tan poco compatibles con este pedazo de azul mío, que los hacía huir espantados.


Mi cielo no era de este celeste que abrazas, de ese lila crepúsculo con el que me gusta escribir poemas, de ese anaranjado con el que me despierto ansiando comerme el mundo. 

No era un sitio que necesitase compartir, fui mamando nubes que me recordaban el pánico que supone engendrar estrellas, sentir chispas en la panza, construir un cerco empíreo en el que te permitas ser en presencia del otro. 

Nunca he sabido cómo hacerlo. He criticado severamente a quienes unían sus nubes, mezclaban sus azules, regalaban sus brisas. A veces incluso por no saberlo, he roto tempestades en silencio, pero ni ahora formando parte de mi cielo te lo he contado. A veces sigo rompiéndolas. 

Otras cometí el mayor de los errores: darte demasiado Universo. 

No quise confundirte.


Ha sido precioso ofrecerte cada uno de mis planetas; presentarte los meteoritos de mi pasado, esos que arrasan de vez en cuando por mis semanas y nadie entiende entonces por qué quiero estar sola. Ha sido belleza definir el pedazo que nos pertenece, curar las grietas que te hicieron en tu techo, lamer las nuevas que se te han ido abriendo. 

Y he visto a la paloma blanca en cada salto de amor que hemos dado en el firmamento y he rezado muchas noches porque la copa de los cipreses nunca nos roce y tengamos que destruir nuestro huequito de cielo. 


Claro que me explotaste el corazón y supe qué comprendía el ser humana, pero no entendíamos la importancia de encajar los trozos de estratos antes que mezclarlos.

Cuando te alejaste sentí un vacío estelar tan grande,que dejaron de tener sentido para mí los pájaros, los chubascos, mis planetas, mi lluvia de meteoritos que daña tanto a las otras galaxias que amo, el huracán que me compone. 

Diluvié durante días. 

La vida dejó de parecerme el regalo que me pintaste y he cerrado mi azul a nuevas aves, a nuevos cirros, a nuevas fugaces. 

Escupí mil veces a los despendedores de esas bolitas negras, por haber tenido que rozar nuestro idílico cielo, por haberme hecho fracasar en el sueño mío de compartir siempre contigo ese paraíso tuyo.


domingo, 10 de octubre de 2021

Túnel

Dejé de tomar la luz del túnel como modelo de esperanza 

y ahora es lente del camino.


Los tonos de Cronos me han enseñado 

que no abonan unas lágrimas perpetuas 

la tierra de mis muertos 

por mucho amor que invada a esas sales. 

Y que los bosques en los que tanto me he refugiado 

no evitarán con sus ramas 

que algún día me abrase el sol.  

Perder el miedo a ser cera caída; 

a esas estrellas que son capaces de revolver la pócima 

y de hacer que quiera cambiar el mundo. 


Los pinceles de mis párpados ahora se sienten afortunados. 

Por los ratos en los que alguien grita 

que quiere acabar con las guerras que Occidente no está mirando. 

O por los alguien que disfrutan del café o de la brisa 

y son felices porque no hay nubes. 

Merecen mis odas. 


Permitirme jugar con mis corderas, 

perdonar al comepiedras, 

decirle nata a la Amazona, 

aprender algo de la tres pelos. 


Entregar mis días al alma, 

a las canicas fervientes de mi insecto, 

a las plegarias de la flaca, 

a las letras de los argentinos, 

a la paloma de mi calle, 

al retorno de los girasoles (que no es malo). 


Exprimir las risas de los ascensores, 

gestionar el repentino cambio de semáforos 

o cuando se me derrita el hielo donde habito. 

Conocer a otros monstruos que como yo, 

vivan en la parte estrecha del embudo. 


Es entonces cuando descuidas lo negro de soslayo, 

a los fantasmas de esas tinieblas laterales del paseo 

y no te hace falta soñar con el cielo, ni confiar en lo verde. 

Porque comienzas a absorber la vida por la cápsula última del túnel. 







jueves, 12 de agosto de 2021

Nubes


Yo siempre quise fundirme con las nubes.

De la tierra ya he sido abono.

Dejaba a los gusanos

hacerme cosquillas en mis platillos,

descender por mi guitarra,

hacer sonar mi trompeta.

Mientras que miraba las nubes.

Nunca consentí a mis manos 

acariciar la arena.

Los gusanos querían mi carne, 

acabaron por morder cada trozo.

Pero yo me debía al cielo.


Cuando logré incorporar mis cejas,

mi blanco se creyó espuma. 

Entonces tuve que jugar con el agua.

Los peces me royeron las postillas, 

el pasado coagulado de mis piernas 

devorabas por esos malditos gusanos.

A mí me gustaron los peces 

y por eso me quedé a bailarles un rato.

Ellos me seguían en círculos,

y de donde estanque después pozo, 

y yo los quería pero 

los peces sabían 

que yo me debía al cielo.


Alcancé los montes,

atravesando sus bosques-fortaleza

y sus árboles-habitáculos.

Allí respiré éxito.

La mayoría de los pájaros 

me dibujaron plumas,

me quisieron llevar a velar su aire.

Lamí cada estrato de viento que me ofrecían 

y las primeras nevadas, la vida me sabía a estrella.


Una mañana desperté con los ojos del alma,

con los que el mundo quiere estar dormido,

y entonces el camino eran burros con alas,

ratas con plumas. 

Pensé el amor en los lobos voladores,

caí en la fiesta de las hienas piloto. 

Entonces lloré entre las cumbres,

pataleé los bosques,

arranqué los árboles,

vacié estanques, 

revolví la arena.


La gente me creía soberbia, 

me bebían demente, 

me besaba solitaria.

Y yo buscaba el techo 

soberbia, 

demente, 

solitaria.

A veces hay que compartir la tormenta. 

Así que tenías que llegar tú 

para recordarme que yo era del cielo. 

Entonces calma. 

[Aunque estuviese en el suelo. 

Abandoné el resto de fusiones 

y aprendí a veces se pueden sentir las nubes 

con que alguien te diga te quiero.

domingo, 1 de agosto de 2021

Osiris


Cuando regreso a ese territorio, 
cuando quedo relegada 

al cuneiforme rincón 

donde cada cual guarda su pena, 

estoy sola. 


Me han mirado con envidia las almas de avestruz,

con odio 

las cabezas de sentido,

pero es que hay ratos en los que pierdo la sed.

En medio del agua fresquita, de la nariz de nata, 

vuelve el monstruo porque pierdo la sed.

Porque no puedo querer beber.


Yo he aprendiendo que no puedes alterar el curso natural de tu río. 

A mí me da placer cuando se me bañan vuestros ombligos, 

cuando chupais de mis días 

y me hacéis partícipe del mayor regalo del hombre, vuestro tiempo. 

Y me dejo ser, sin yo ser nada vuestro; 

me camuflo tanto que cabe confundirme 

y os sentís engañados cuando me esquilo, 

claro que he amado pero de repente no tengo sed 

y ahí llega la peor parte, 

jamás culparé por no saber entender 

el curso natural de esta corriente mía. 


A mí me gusta comer tormentas. 

Me dedicáis vuestros pecados, 

vuestros luceros saladitos;

Me creéis en vuestros caudales 

porque así dibujan 

el curso natural de la vertiente suya 

a los que la rutina les ha absorbido. 

Y yo incluso he conocido ocasiones 

para dejarme envolver por la demagogia, 

hasta que llegáis con tambores, 

con los días de gracia, 

con la fiebre de lo ordinario. 

Ahí llega la peor parte porque os confundo 

y yo me siento engañada 

y no valoro el curso natural de vuestro flujo, vuestro.


Es de mala educación que rumie 

las margaritas de sus dedos por un rato 

sabiendo que mi cauce dedica el resto de sus soles 

a esnifar historias, 

que es con lo que han hecho los grandes poesía. 

Entonces me entra la sed, y repudio vuestras serpientes incluso con las que soñé caricias 

y aparece terror a cantarme sola, 

mi pena se guarda donde mi inusitado rincón, 

relegando mi yo a ese territorio 

al que regreso cuando mi río desemboca. 

domingo, 27 de junio de 2021

Lo llano


Que hay ratitos en los que no se puede escribir 
y tú lo sientes, contigo siempre lo hablo.
Meses en los que La Seca sabe a felicidad 
y casi te asientas en el laberinto de la risa fácil, 
casi te enamoras de Dionisio, 
casi caes en el mayor de los errores: lo ordinario. 
Pero tú no eres eso y yo lo sé, contigo siempre lo siento.

Deshaces la serpiente de tu cabeza 
para luego darle una forma más difícil, 
para que no la entiendan y te crean demente, 
ahí no es porque me llaman loca; 
y tú lo sabes, contigo siempre lo noto.
La tormenta.

Que sí, 
que sí, 
que caiga. 
Que solo me quiero hacer amiga de las líneas 
al ritmo de los chubascos 
porque La Paz nunca ha parido versos, 
todos ven a esos hijos feos. 

Se regozan las calles, el pueblo, en el llanto. 
Con la ausencia de pan, se canta; 
con el anhelo al vino, suenan claveles; 
cada vez que se muere mi padre también hay pregones. 
Y tiene que existir alguien que haga el compás, 
que hacía falta fuego en casa, 
morena, 
tenías que hacer lo tuyo. 

“Los olmos no dan peras, pero tú eres un peral” 
y tú me lo dijiste, contigo siempre lo entiendo. 

Te avisé que he absorbido el abono de mi tierra, 
que he inyectado mis trompas en flores marchitas. 
A mí la muerte me parece parte de la vida 
y a veces soy un poco poeta porque escupo pena 
y otras soy un poco pueblo porque me baño en ella. 

Mamá yo quería la tiara, las sevillanas, los chasquidos.
Pequeña, quería ser artista 
[cuando morí el mundo me sabía a roto, a ruina, 
nací con reflujo a muerte, regurgitando ira.
Y tú venga a lamerme los luceros. 
Y yo venga a besarte las carencias, 
las raíces agudas, 
los vertidos pronunciados.
Yo te ofrecí la luna 
y te lamías los dedos
y me decías te quiero 
y a mí la vida me bastaba. 
Pero los días nos dolían.
Y tú carreras y sed en el pueblo.
Y yo tenía que hacer lo mío 
                         [pero aún así te quiero.
A ti te hablaría del espumillón y el confeti, 
de mi definición del tiempo, del bailar de las horas.
La mañana temprana.
El sol. La luna de Lorca. El verde. El jinete de Córdoba.
El sol.
A ti te hablaría.
Pero luego, con los bostezos, se me pasan.
Y qué iba a decirte a ti. 
Si tú siempre lo sabes.
Porque conmigo siempre lo hablas.

lunes, 7 de junio de 2021

El foro

Las paredes de mi infancia siempre huelen a llanto. Y a gritos. 

De los berridos, el llanto y por eso ya no lloro, y odio a todo aquel que bala. 

Pero en mi infancia los muros rezuman oscuro, 

y la mitad de mis brazos se amarraban a su Amazona, 

daban leche a la tres pelos, corrían de los gritos. 


El asco tapona las tormentas. 

Al principio reconforta porque nunca mojas al resto, 

todos te traen sus rosas porque contigo florecen 

y gustas a casa sin saber por qué y supongo que era bonito, 

que es precioso. 


A veces se me escapaban gotas fuera. 

Todos se asustan y me creen imposible 

pero cómo voy a hablarles yo de mis paredes, 

de mi Rea, de la patita sin dientes, de mi peor reflejo. 

Aburridos de mis libros, de la bolsa de mis sueños, 

de la idolatría que desprendo hacia los genios muertos. 

Cómo iba a ser. 

Cansada de la multiplicidad de lenguas en la cuna, 

de que ninguna fuese paraguas.

Nunca era. 


Por eso pasé las últimas tardes de mis trescientos sola, 

cascando girasoles,

haciendo del azul papeles que ni siquiera has leído.   

Me calmé porque dejé de culparme y empecé a odiar el sitio. 

Claro que hay rincones allí que me saben a nata 

pero nunca me saben a mí. 


Necesitaba correr a lo que ahora es mi refugio, 

y reconozco que con las prisas y los latidos desgastados 

me colgué erróneamente de cualquier ojo que pasase.

Luego llegaron mis corderitas a traerme paz y vino, 

que me dejan peinarles los problemas y a mí me basta. 

Después me enredo en las sábanas de cualquier sábado 

y me preguntan que por qué les bostezo a las horas,

y se me asustan. Yo también miedo. 


Porque dejé morir a las orejas 

a las que podría haberme apetecido 

hablar de mis pasillos 

y a veces me sangra la frente 

por forzarme a cantar una de mis muros. 

No atiendo a las recetas que me dedican

solo me río y me fluyo porque cómo iba a ser.  

Que regalo siempre rosas esperando a alguien a quien le sepan a petricor. 

Nunca es. 

El ritmo me sonaba a armonía 

pero solo me estaba distrayendo 

y otra vez monstruo, 

y otra vez trueno;

porque dejé de culpar a los sitios 

para volver a castigarme a mí. 





domingo, 23 de mayo de 2021

Los domingos

A mí la vida me sabe al sudor que vomitan las pesadillas. 

Los lunes, la vida me sabe a esa fría agua que llueve de las pesadillas; 

que hace repudiar a los huesos, 

pero le das las gracias por haberte despertado. 


Yo siento la vida como la lengua un limón. 
Y extraigo todo su jugo. 

Pero arrugo los momentos 

y cuando aparto los gajos de mis días, 

la vida me sabe tan agria 

que paso los martes sin dar a conocer mi lengua. 


Los miércoles la vida me sabe a vértigo

Todas mis manitas están agitadas 

y quieren que sea parte de su suelo, 

pero a mí me ascienden las arcadas 

y no salto porque me da vértigo la rutina. 

Y a ti te quise porque parecías saber a vértigo. 


Y los jueves te pido perdón porque la vida me sabe a confeti 

y tengo que salir a reír con cualquiera cuya boca 

me sepa a violetas, a pan con mermelada, 

a nata, que es a lo que sabe el amor; 

a oro, que es como gusta el éxito. 

Y claro que regalo besos fácilmente 

pero es porque a ellos no se les arrugan los momentos 

ni sienten este asqueroso jugo mío. 

Y a ti se te arrugaban y tú también lo sentías 

y yo no podía hacerte eso.


Trazo un lazo muy bonito con mi saliva 

y cala en las palpitaciones de cualquiera,  

entonces los viernes la vida me sabe a mar;

yo parte de las olas, juego con la espuma 

y soy guapa. 

Tú me llamas guapa y todos me veis bonita 

porque sigo el ritmo de vuestra espuma 

y me bailan las olas y me tocan las castañuelas. 

Y los sábados la vida me sabe a aplausos 

porque los viernes me tocáis las castañuelas, 

y guapa, yo me inyecto el elixir de las noches 

y esas lunas os entiendo. 

Os entiendo y me queréis porque os escucho. 


Pero con las nubes rosadas llegan los domingos 

que es cuando más me como la vida. 

Porque no me sabe a nada. 

Devoro cada ración que me da 

para ver si alguna no me sabe a vacío. 

Y me lloro en mitad de las palabras que hizo verso algún muerto,

me duele el elixir de anoche, 

le cojo miedo a las mareas, 

no recuerdo el nombre de ti, boca de fresa,

ni de boca de olmo, de gasolina, de almendro 

(pero me acuerdo de la que quise porque 

pretendía ser parte de mi vértigo). 

Y vuelve mi agria lengua seca porque no logran ser parte. 

Y tú por eso siempre vas a sudar los lunes 

porque es cuando tienes pesadillas.

Y yo por eso siempre escribo los domingos 

porque es cuando la vida me sabe a vacío.


Dibujo Sofía Rallo.




domingo, 16 de mayo de 2021

La esposa de Elcaná



Me asusta la gente sin alas.

Por eso huyo de quedarme.


Cuando estoy por el cielo,

la gente a la que he besado

haciéndoles firmar de antemano 

que eran conscientes de que yo solo estaba de paso, 

me saben a pena.

Considero un peligro a la gente sin alas porque me dan pena.


Y tú me llamas flaca. 

Él también me llamaba flaca 

incluso nosotras, mi niña, 

algún día nos hemos sentido flacas. 

Pero solo nos limitábamos a dejar un poco de carne 

en cada pedacito de ser que conocíamos 

a ver si un día quería hacerse unas alas.


Cuando les doy la receta, 

me dicen que les duele el amor, 

que tienen el dinero enfermo, 

que quiénes son los niños sin zapatos por los que lloro, 

que mañana ¡ay, su mañana!


Y menos mal que yo no soy de aquí.


En realidad nunca soy de ningún lado 

porque siempre estoy de vuelo. 


Y por eso no quiero conocer piecitos 

y cuando éstos descubren el tamaño de mis alas, 

salen corriendo. 

Y a mí se me caen las plumas 

cuando vuelvo a cenar abandono.

Entonces recojo una del suelo 

y a ti que te has ido te hago un poema. 

Así me han enseñado a mí las nubes que se cosecha.


Nunca me han cabido en vuestros panes, 

pero yo me quedo a amasaros, 

a lameros los ojitos;

a mí me gusta cuando sois chicharra 

y cantáis porque sois un buen día.

Me hace burbujitas en las sienes 

y en esos momentos, 

hasta me siento parte de algo y se me olvidan mis alas.

Siempre os recibo con la garganta contenta 

y os reís de mi faringe alegre 

y a mí me hace bailar porque 

hasta me siento parte de algo y se me olvidan mis alas.


Pero pronto empiezan a dolerme 

y busco un banco en el que pueda agitarlas sin la abrumada incomprensión. 

Y me decís que miento, que por qué nunca me dejo estar, que ahora sí era pero yo nunca ahora 


yo sola 


y me achucháis las alas y se me escapan y me decíais que erais distintos pero a mí se me achuchan y no encajan. 


Dejad de gritarme cobarde. 

Podría prometeros que siempre lo intento 

pero no me comprenderíais.


Para mí lo más bonito que seré capaz de hacer por alguien es dejar que vuele.

Por eso a mí nunca va a dolerme estar sola. 


“Cuando te veas que ya no puedes más, no te pongas más.Nos queda mucha vida, Laura . ”


domingo, 25 de abril de 2021

Kairos



Llegaste cuando tenía las rodillas cosidas 

y hacía mucho que no me dejaba caer por la montaña. 

Y que evitaba que me tirasen, 

que todavía no te lo he contado 

pero había noches en las que me dormía mojada 

y esa pequeña estúpida berreaba 

y bebía de su sangre porque le habían roto las rodillas. 

Y no sabía tenerme en pie 

y por eso ahora odio sentarme. 

Y por eso ahora cuando me siento, 

la parálisis me hace sudar pasado 

y me tiritan las manos recuerdos 

y aunque me besen calma, yo zarpazos; 

que tengo calor, que yo no puedo tanto, 

que yo ya soy mucho, que yo no puedo con más, 

que si no lo entiendes. 


Y después de decírtelo me trajiste la luna 

y las noches siempre me dan frío 

porque ya te he dicho que me conociste con las rodillas cosidas 

y con las sienes en armonía pero a veces se tornan los papeles, 

y tú me trajiste la luna 

porque te dije que me estaba asando y ahora tengo frío. 

El otro día me desperté con los párpados empapados 

pero no quise llorar contigo. 

Me habrías preguntado por pesadillas y yo silencio. 

Me habrías agitado por una respuesta y yo pausa. 

Me habrías mirado con pánico y yo arte. 

Para ti no es justo. 

Y tu incomprensión te habría hecho devolverme la noche y yo frío. 

Para mí tampoco. 


Que tengo una llaga en el labio que me escupe miedo cuando tengo que volver a luchar conmigo, 

que yo sé que puedo pero a veces vuelve ese viejo que es mi Parca 

a decirme que no estoy nadando porque en realidad llevo toda la vida hundida 

y es verdad que me ahogo. 

Y no hay ni una esquina de esta habitación en la que me quepan las alas 

y por eso a veces pienso que ya no las tengo 

y se me descosen las rodillas y se me revuelven las sienes 

y dejo a los días arrasarme y me gritas que la vida no es eso 

pero yo no sé vivir de otra manera. 

Y mi madre llora porque he vivido poco pero a mí me vale con que viva ella. 

Pero no lo entiende. Porque nunca lo hacen.


Yo por mi parte disfruto del reflujo de mis daños y los hago poesía 

(y vosotros viéndolo como algo bonito). 

Jamás sería capaz de llamaros cínicos. 

Es la forma de sacar provecho de las cenizas. 

Pierdo zapatos a medianoche porque sé que ninguno va a encajar con mis palmas 

y a veces suspiro por lo que dejo ir 

pero me he gritado tantas veces que me quiero 

que en el fondo si cuando vuelven las rodillas descosidas, 

las sienes revueltas, mi viejo Parca, mi madre que llora, 

mi yo silencio y ahora calor y ellos frío, 

¡que yo no quería el frío, solo menos fuego!; 

en el fondo me alegra porque si entonces se van, 

es que no han entendido nada. 

Tampoco lo necesito. 

Y escapadas y otra vez llegan. 


Llegan cuando tengo las rodillas cosidas 

porque siempre aparezco así cuando pruebo un sitio nuevo.