domingo, 27 de junio de 2021

Lo llano


Que hay ratitos en los que no se puede escribir 
y tú lo sientes, contigo siempre lo hablo.
Meses en los que La Seca sabe a felicidad 
y casi te asientas en el laberinto de la risa fácil, 
casi te enamoras de Dionisio, 
casi caes en el mayor de los errores: lo ordinario. 
Pero tú no eres eso y yo lo sé, contigo siempre lo siento.

Deshaces la serpiente de tu cabeza 
para luego darle una forma más difícil, 
para que no la entiendan y te crean demente, 
ahí no es porque me llaman loca; 
y tú lo sabes, contigo siempre lo noto.
La tormenta.

Que sí, 
que sí, 
que caiga. 
Que solo me quiero hacer amiga de las líneas 
al ritmo de los chubascos 
porque La Paz nunca ha parido versos, 
todos ven a esos hijos feos. 

Se regozan las calles, el pueblo, en el llanto. 
Con la ausencia de pan, se canta; 
con el anhelo al vino, suenan claveles; 
cada vez que se muere mi padre también hay pregones. 
Y tiene que existir alguien que haga el compás, 
que hacía falta fuego en casa, 
morena, 
tenías que hacer lo tuyo. 

“Los olmos no dan peras, pero tú eres un peral” 
y tú me lo dijiste, contigo siempre lo entiendo. 

Te avisé que he absorbido el abono de mi tierra, 
que he inyectado mis trompas en flores marchitas. 
A mí la muerte me parece parte de la vida 
y a veces soy un poco poeta porque escupo pena 
y otras soy un poco pueblo porque me baño en ella. 

Mamá yo quería la tiara, las sevillanas, los chasquidos.
Pequeña, quería ser artista 
[cuando morí el mundo me sabía a roto, a ruina, 
nací con reflujo a muerte, regurgitando ira.
Y tú venga a lamerme los luceros. 
Y yo venga a besarte las carencias, 
las raíces agudas, 
los vertidos pronunciados.
Yo te ofrecí la luna 
y te lamías los dedos
y me decías te quiero 
y a mí la vida me bastaba. 
Pero los días nos dolían.
Y tú carreras y sed en el pueblo.
Y yo tenía que hacer lo mío 
                         [pero aún así te quiero.
A ti te hablaría del espumillón y el confeti, 
de mi definición del tiempo, del bailar de las horas.
La mañana temprana.
El sol. La luna de Lorca. El verde. El jinete de Córdoba.
El sol.
A ti te hablaría.
Pero luego, con los bostezos, se me pasan.
Y qué iba a decirte a ti. 
Si tú siempre lo sabes.
Porque conmigo siempre lo hablas.

lunes, 7 de junio de 2021

El foro

Las paredes de mi infancia siempre huelen a llanto. Y a gritos. 

De los berridos, el llanto y por eso ya no lloro, y odio a todo aquel que bala. 

Pero en mi infancia los muros rezuman oscuro, 

y la mitad de mis brazos se amarraban a su Amazona, 

daban leche a la tres pelos, corrían de los gritos. 


El asco tapona las tormentas. 

Al principio reconforta porque nunca mojas al resto, 

todos te traen sus rosas porque contigo florecen 

y gustas a casa sin saber por qué y supongo que era bonito, 

que es precioso. 


A veces se me escapaban gotas fuera. 

Todos se asustan y me creen imposible 

pero cómo voy a hablarles yo de mis paredes, 

de mi Rea, de la patita sin dientes, de mi peor reflejo. 

Aburridos de mis libros, de la bolsa de mis sueños, 

de la idolatría que desprendo hacia los genios muertos. 

Cómo iba a ser. 

Cansada de la multiplicidad de lenguas en la cuna, 

de que ninguna fuese paraguas.

Nunca era. 


Por eso pasé las últimas tardes de mis trescientos sola, 

cascando girasoles,

haciendo del azul papeles que ni siquiera has leído.   

Me calmé porque dejé de culparme y empecé a odiar el sitio. 

Claro que hay rincones allí que me saben a nata 

pero nunca me saben a mí. 


Necesitaba correr a lo que ahora es mi refugio, 

y reconozco que con las prisas y los latidos desgastados 

me colgué erróneamente de cualquier ojo que pasase.

Luego llegaron mis corderitas a traerme paz y vino, 

que me dejan peinarles los problemas y a mí me basta. 

Después me enredo en las sábanas de cualquier sábado 

y me preguntan que por qué les bostezo a las horas,

y se me asustan. Yo también miedo. 


Porque dejé morir a las orejas 

a las que podría haberme apetecido 

hablar de mis pasillos 

y a veces me sangra la frente 

por forzarme a cantar una de mis muros. 

No atiendo a las recetas que me dedican

solo me río y me fluyo porque cómo iba a ser.  

Que regalo siempre rosas esperando a alguien a quien le sepan a petricor. 

Nunca es. 

El ritmo me sonaba a armonía 

pero solo me estaba distrayendo 

y otra vez monstruo, 

y otra vez trueno;

porque dejé de culpar a los sitios 

para volver a castigarme a mí.