domingo, 7 de abril de 2019

El péndulo

Decoro el estrepitoso silencio que dibuja mi vida
con una tos seca, que no significa nada, solo excusa.
Convierte en intermitente por un momento
el sonido del miedo,
la nada.
No tiene peso fundamental en el orden
en el que suceden los actos últimamente,
es simplemente un ligero soplo de tranquilidad
en medio de la ansiedad
que genera un lienzo en blanco.
Luego analizo la sequedad de mis ojos
para justificar que hace ya tiempo
que no esquían las lágrimas por mi cara.
Me mantengo frívola ante todo lo que solía revolverme
y cuando llega el punto de vomitarlo, tos.
No creo que lo entiendan.

Solo me limito a arañar desesperada antiguos poemas
a ver si con suerte de esas rimas estos versos y entre búsquedas,
hallar qué parte de mí sigue en su sitio.
Después llega siempre el momento en el que descubro
que nada puede seguir en su sitio si el lugar ha cambiado por completo.
Y no sé dónde perdí las formas pero jamás he vuelto a recuperarlas.
Últimamente recorrer los rincones
en los que se marginaba esa niña
de cuencas tristonas solo me hace echarla de menos.
Es difícil que lo entiendan.

Odié su sensibilidad, odié su disciplina,
odié sus pautas para bailar sin pisar demasiado el centro de la pista.
Odié las pocas veces que se sintió niña,
las muchas veces que decidió cargar con la cruz,
las vueltas que dio para intentar regresar adonde dejó de ser,
las noches que perdió por tintarse la cara intentando resucitar a los muertos.
Mis ansias de comerme el mundo podrían haberla vomitado,
pero de repente solo, tos.
No creo que lo entiendan.

De hecho esa misma confusión me hace rehuir de mis caminos
y es que he intentado correr pero lo único que trae consigo
el movimiento son rozaduras que una vez cicatrizadas
tatúan la palabra culpa.
Es lo que pasa cuando te rodeas de la burbuja
que engloba a los peces de estanque;
pasa que tiendes a acabar pensando
que no eres más que uno de ellos.
Es difícil que lo entiendan.

Llevo meses persiguiendo sin cautela las huellas
que dejaba cuando sabía adonde me dirigía
y es que ahora solo dan vueltas en círculo,
y la velocidad me incita a acelerar
y es en cada circunscripción cuando me creo más cerca,
pero no hago sino derrapar,
y cada vez me roza más el suelo la barbilla
y entonces grito
berreo
pataleo la tierra que ha osado ponerse en mi camino
la muerdo, arrojo puñados,
me arrastro tratando de volver a coger la carrerilla suficiente para volar.
Solo era cuestión de levantar un poco y hacer mi papel.
¿Es que no lo entienden?
Tos.