Claro que salir de la esquina
me hizo devorar con ansias
muchos pasados que me besaron diciendo
“¿por qué no has llegado antes?”
Y la realidad es que suelo compartirme
con la única persona que me castiga
y esas noches lloro
y últimamente nadie entiende lo que escribo
y me lo gritan
y a veces hasta hay suspiros en pena.
Y yo esperando a que vengan
a decirme que por lo menos escribo.
Las temporadas de sequía consigo creerme que he encontrado el timón de mi vida
o que no me importa ya estar navegando a la deriva.
Allí en el fondo está mucha gente a la que he hundido.
Hoy por ejemplo hace catorce estrellas
que no llamo a mi Rea,
setecientas lluvias que me acurruco con mis dudas
y una vida desde que me siento sola.
Las piernas me piden que pare
y el cerebro que deje de usarle
como vía de emergencias
y las vísceras me alertan
de que mi boca no está muerta
pero prefiero silencio.
Y busco una calle
donde nunca tenga que explicar lo que pienso
y me toman por monstruo
y me acuerdo de él, de mí;
y me odio porque nos parecemos,
me repudio porque tenía razón,
porque aún la tiene.
Y me prefiero sola.
Me pavoneo con el vestido soledad
que tiene por capa a los cadáveres que me cargo.
Ellos reclaman al yo que les he presentado
atestiguan que diferente en cada uno
porque ninguno coincide
y tendrán razón porque ni siquiera me reconozco
en una de esas máscaras de las que me sueñan.
Prefiero vivir a margen del ruido.
Toda la vida encontrándome sola en cualquier parte
por no querer reconocer que en realidad
lo que me siento es incomprendida.