domingo, 1 de julio de 2018

Sin luz

A quien lleva toda la vida saltando
para salvarse el alma más que para alegrársela
no puedes hablarle de derrotas.
Supongo que es porque son los mismos
que han perdido la fe
en que haya alguna batalla que te alumbre
esas fúnebres vísceras que lentamente,
unánimes,
palpitan para corroborar la muerte que arrastran.

No hay palpitaciones que marquen miedo
para quien ha vivido siempre en la boca del lobo.
Y menos para quien se hizo adicto a su lengua.
Esos ya no creen en la suerte.
Supongo que cuando llevas toda la vida
bebiéndote a palo seco las lágrimas
que caían cada vez que recordabas
que tenías que volver a levantarte
dejas de creer que el destino
opte por depararte un camino mejor.
Incluso llegas a pensar que te lo mereces.
Incluso llegas a mirar la noche oscura,
y la amas,
porque no hay luces que reflejen en la tierra tu cuerpo opaco.
Entonces piensas que quizás se acabó tu lucha.
Entonces pienso porque os sincera tanto la noche.
Entonces recuerdo porque me provocas insomnio.

Las cuencas negras faciales
no son más que manchones que reflejan que has sido fuerte
y que ayer te lanzaste a pensar en lo que te hizo romperte.
Y es que hay que tener agallas para recordar de dónde venimos.
Aunque las mariposas estén de luto,
aunque los sentimientos estén envueltos en una crisálida,
aunque la vida haya corrido muy deprisa
desde que tratas de seguirle el ritmo
mientras te lames las heridas.
Aunque escueza que no haya cicatrizado, más duele recordar que la piel sigue abierta.
Aunque escueza que no te haya olvidado, más duele recordar que el quererte lo sigo haciendo.

[Amanece.