domingo, 30 de diciembre de 2018

Crecer

Odio las despedidas.
Tiendo a identificarme por
irme sin el beso,
consumir en exceso,
huir del te quiero,
alejarme por miedos
y echar de menos cuando ni siquiera
te has quedado con las cenizas.
Por eso me niego a pensar que las cosas se acaban.
Reconozco que he vomitado más versos
y lo único que me sigue produciendo arcas de sinceridad
es asumir que jamás he creído en los hasta nunca.

Sé que peco de ser de piedra pero las fricciones dejan huecos
para que empiece a querer.
Al menos en bajito.
No vaya a ser que lo grite en alto y salgan corriendo.
Puede que no sea la única que sienta el miedo
cuando descubre que hay aguas con las que fluyes muy bien.
He sido muy cobarde.
Me protegí con las máscaras del pasado
y con el pretexto de no saber vivir.
He destrozado miles de poemas de amor por vértigo
y cuando no me quedaba nada decidí reescribirlos todos.
No me encontraba y he llegado a buscarme equívocamente
en los mismos lugares donde deje de ser,
en asfaltos que consideré Edén
y en metales que llamaba paraíso.
Escribí a quien fui para entender quien era.
Acabé comprendido que nunca sé es dos veces.
Nunca he sido lo que me hicieron,
pero sí que me dejé convertir en quien me crearon.
Monstruo.

He temblado al querer más al amor que a mí,
y he echado de menos hasta que empecé a echarme de menos a mí.
Digo que he crecido porque siempre será más bonito
recordar las veces que me he levantado que las que me he caído.
He aleteado bocas paradisíacas,
he llorado melodiosamente por no sentirme,
he aullado a la luna porque la creía salida de emergencias,
me he buscado en ojos, en versos, en el pasado, en el ahora,
en quien seré, en el fondo de historias, de vasos y de te quieros.
Luché contra mí, me arranqué las vísceras
y solo descansé cuando descubrí que ya no me quedaban.
He aprendido que todo es efímero
pero siempre se repetirá en la eternidad de los recuerdos,
que es fácil engañarnos hasta que se nos hiela el mundo real
con lo que es verdaderamente importante.
Ahí descubrimos que fijarnos en la oscuridad de la noche
nunca permitirá crear constelaciones.

Sé que a veces he roto lo que más amaba
pero me ha enseñado a disfrutar la miel en los labios antes de tragarla,
a refugiarme menos, a llamar hogar a unos brazos aunque sea por un tiempo,
a guiarme por lo que siento, a no dejar entrar nada que ya haya probado,
aunque siempre comprendan un inverosímil espacio en la memoria,
que las balas perdidas a veces damos en la diana de quien menos esperas
y que no se trata de reemplazar, sino de reempezar.

Llamo salvavidas a los que habéis entendido mis ojos náufragos,
habéis escuchado mis alevosías en llamas
y me habéis hecho el boca a boca en medio de mi hálito,
incluso a aquellos que me habéis destrozado pero me hicisteis ser.
Pido perdón por haber sido tiniebla con quienes intentasteis ser luz,
pero no siempre me sale brillar con la misma fuerza.
Y aunque sé que siempre seré una bomba,
tengo que agradeceros que seáis la chispa que consigue prenderme.
Explotar este año ha llenado mi vida de confeti.



domingo, 16 de diciembre de 2018

2018

Escribir con la sangre que mana de mis yemas,
rotas por el bailoteo rápido con las hojas de mi vida,
no hacen más que reafirmarme que soy una suicida del tiempo.
Arrastras la cadena de los recuerdos
cuando descubres que todo está vivo en la eternidad.
La inmortalidad de aquellas cosas que son para siempre.
Pero regresar allí con el fin de alejarse de la muerte
solo es de necios que creen
que no aparecerán otras llamas
que alumbren con la misma intensidad.

Peco de leerme siempre la última frase de una vida
cada vez que voy a tomar una nueva experiencia.
Cómo queréis que viva así sin miedos,
si tengo en la retina cuál será el sabor
de esas lluvias funerarias.
He seguido queriendo cuando me he reencarnado
porque siempre he visto la muerte como parte de la vida;
y es por eso que para mí los cobardes son
los que ven la muerte como la antagonista de la vida.
Así arranco las páginas escupidas desde el rincón
que regresa a donde todo se repite idílicamente en la eternidad.
Esas vomitadas tras embriagarme del pasado
por temor a enfrentarme a lo último que me susurraba ese libro.
Esas lamidas con el mal sabor de boca que produce
descubrir que hay cosas que serán para siempre.
Pero por muy rápido que quieras leer la misma historia
nunca encontrarás un final diferente.

Por eso vengo a disculparme por la mala educación
que sugiere no girar la cara para saludar a las manchas del ayer.
Conoces lo que es una despedida cuando te marchas sin decir adiós,
porque has aprendido que es inmortal lo que has querido.
No sufras por mí,
tengo todo posicionado cerca de lo que fue;
para incinerarlo,
si ahora somos polvo,
es porque quisimos tan caliente
que acabamos quemados.
Te pido que no te confundas y que me perdones por los portazos,
pero he descubierto que tengo las vísceras heladas
por haber vivido siempre con las puertas abiertas
de todos aquellos lugares donde dejé un trozo de mí.
Y ya no me reflejo en ninguno.

He crecido.
    [última frase de lo que va a ser esta vida.