Llegaste cuando tenía las rodillas cosidas
y hacía mucho que no me dejaba caer por la montaña.
Y que evitaba que me tirasen,
que todavía no te lo he contado
pero había noches en las que me dormía mojada
y esa pequeña estúpida berreaba
y bebía de su sangre porque le habían roto las rodillas.
Y no sabía tenerme en pie
y por eso ahora odio sentarme.
Y por eso ahora cuando me siento,
la parálisis me hace sudar pasado
y me tiritan las manos recuerdos
y aunque me besen calma, yo zarpazos;
que tengo calor, que yo no puedo tanto,
que yo ya soy mucho, que yo no puedo con más,
que si no lo entiendes.
Y después de decírtelo me trajiste la luna
y las noches siempre me dan frío
porque ya te he dicho que me conociste con las rodillas cosidas
y con las sienes en armonía pero a veces se tornan los papeles,
y tú me trajiste la luna
porque te dije que me estaba asando y ahora tengo frío.
El otro día me desperté con los párpados empapados
pero no quise llorar contigo.
Me habrías preguntado por pesadillas y yo silencio.
Me habrías agitado por una respuesta y yo pausa.
Me habrías mirado con pánico y yo arte.
Para ti no es justo.
Y tu incomprensión te habría hecho devolverme la noche y yo frío.
Para mí tampoco.
Que tengo una llaga en el labio que me escupe miedo cuando tengo que volver a luchar conmigo,
que yo sé que puedo pero a veces vuelve ese viejo que es mi Parca
a decirme que no estoy nadando porque en realidad llevo toda la vida hundida
y es verdad que me ahogo.
Y no hay ni una esquina de esta habitación en la que me quepan las alas
y por eso a veces pienso que ya no las tengo
y se me descosen las rodillas y se me revuelven las sienes
y dejo a los días arrasarme y me gritas que la vida no es eso
pero yo no sé vivir de otra manera.
Y mi madre llora porque he vivido poco pero a mí me vale con que viva ella.
Pero no lo entiende. Porque nunca lo hacen.
Yo por mi parte disfruto del reflujo de mis daños y los hago poesía
(y vosotros viéndolo como algo bonito).
Jamás sería capaz de llamaros cínicos.
Es la forma de sacar provecho de las cenizas.
Pierdo zapatos a medianoche porque sé que ninguno va a encajar con mis palmas
y a veces suspiro por lo que dejo ir
pero me he gritado tantas veces que me quiero
que en el fondo si cuando vuelven las rodillas descosidas,
las sienes revueltas, mi viejo Parca, mi madre que llora,
mi yo silencio y ahora calor y ellos frío,
¡que yo no quería el frío, solo menos fuego!;
en el fondo me alegra porque si entonces se van,
es que no han entendido nada.
Tampoco lo necesito.
Y escapadas y otra vez llegan.
Llegan cuando tengo las rodillas cosidas
porque siempre aparezco así cuando pruebo un sitio nuevo.