domingo, 30 de septiembre de 2018

Lanzamiento

Quien osó resguardarse de la tormenta en una cueva,
más que alegrarse cuando le llega un hilo de luz,
acaba quedándose ciego.
Y prefiere volver a las tinieblas
no vaya a ser que los claros acaben siendo más rayos
que sol.
Quienes han huído siempre que se rompía la crisálida
son los mismos que tienen miedo al nacimiento del amor.
O quizá son simplemente aquellos que tienen el alma tan marchita
que la vitalidad que les visita para hacerles salir de la tumba
sólo consigue recordarles por qué fallecieron.
Y es que a quienes llevan toda la vida caminando
sobre una cuerda floja no puedes explicarles tu miedo a las alturas.
Pero no les pidas que salten al vacío.
Lo que sería volar les parece un suicidio.

Quienes reciben de unas manos más palos que caricias
no pueden creer que es bella la poesía si mana de unas palmas.
Quienes crecieron conviviendo con sus propios fantasmas
olvidaron a quienes se los crearon;
y quizá sean probablemente esos los que confiarían en el pasado
con tal de que el futuro no les traiga odios nuevos.
No saben disfrutar aquellos que se pasan el día corriendo
para cruzar la esquina del mañana.
No puedes preguntarle por la magia de las constelaciones
a los que se pasan la vida aullándole a la Luna.
Los que solo desean que acabe la noche
son A los mismos que sus propias cuencas ennegrecidas
les piden apagar el día.

Quienes suplican ver un poco de luz
para alegrarse la vida en la cueva y saber así que,
por fin,
esa tormenta contra la que llevaban tanto luchando,
se ha ido por un tiempo,
son los mismos que buscan una nube
más grande que les aleje del arcoiris.
No vaya a ser que conozcan a alguien todos
los de la huída, el fin, el vértigo;
todos los dementes, los indolentes,
los que saben que son su peor enemigo;
no vaya a ser que el destino quiera darles un camino de flores
y salgan corriendo al acordarse del que les clavó espinas.
Sin saber, que tenéis delante la inquietud para respirar lo que siempre has querido.
Un aroma que te diga que se acabó el naufragio,
el que no paras de rechazar cada vez que revisas tus heridas.
Porque lo único que no tienen controlado los cobardes,
es que si estamos hablando de caminos de flores;
estoy segura que el que les hizo dejar de creer
que ellos mismos eran la primavera,
ese;
no las tenía.



domingo, 16 de septiembre de 2018

A quien fui

Desde que se emborronó mi vida 
por andar ahogada en la tinta 
con la que escribía he dejado de creer en la suerte. 
No paran de visitarme esas canoras aves del pasado 
que me dibujan sueños con alusiones a lo que fui,
intentando convencerme de que el momento que me cantan
a pesar de estar atrás, siempre fue el mejor. 
Y me incitan a volver a mi punto de origen. 
Y quizás ande perdida porque estoy buscando 
el camino de vuelta a un punto que ha desaparecido en el mapa. 
Que se limita a un puñado de arena que quedó de la erosión del amor. 
A veces sigo oyendo cuando me gritan que me echan de menos. 
Y es curioso porque yo también lo hago. 

Intento buscarme siguiendo las pistas de lo que solía querer.
Pero es que solo me responden que nunca lo hice.
Vuelvo a mis versos para ver a quién escribía.
Pero es que ahora solo encuentro por quién lo hago.
Es sorprendente la capacidad que tienen mis hombros 
para sostener todo lo que callo,
la paciencia que guardan mis palmas 
cada vez que destruyo lo que han diseñado.
Y vanaglorio mis plantas que persiguen sin cansancio 
la mínima esencia que me haga recordarme.
Y es por esto por lo que rompo en mares.
La tempestad viene después de asumir 
que no siempre he traído conmigo el paraíso 
y que he llevado mi infierno a quien solo quería arder conmigo.
He de decir que lo siento.
Siempre huyo cuando siento las llamas.
Una vez que te quemas no permites 
que cualquiera te haga sentir las chispas.

A pesar de todo, tengo la frívola mirada de 
quien no le aflige el saber que ha hecho las cosas mal,
y que probablemente se sigue equivocando 
al no intentar buscar la manera de apaciguar su alma,
esa que recorre errante mis fantasmas, 
esa que me echa de menos para que consigo le traiga la bandera blanca. 
Pero siempre he sido de poner mi vida patas arriba 
cuando empieza a llegarme la paz 
y de recibir balas antes que dispararlas.
Y es justo por eso que no puedo pretender 
que mi camino vuelva a ser el de antes. 
No porque se dañe mi orgullo si volviese.
estos ojos han llorado demasiado 
como para creer que existe el miedo;
sino porque no puedo retroceder ahora.
No ahora que ya no soy la misma.


  


domingo, 9 de septiembre de 2018

Septiembre


(Al temor a los comienzos y en especial a nosotras; a ti. Suerte amiga.)

Gritar en mitad de un abismo
solo consigue que escuches a fondo tu eco. 
Que las mismas rocas que te hicieron caerte
sean las que te repitan tu agónica melodía, 
escuece más que sana. 
Pero supongo que usamos la soledad
como comodín con el que excusarnos. 

Mirar al cielo buscando el escalón desde el que te desprendiste 
nunca va a dejarte ver las estrellas. 
Qué importan los luceros cuando te crees lúgubre. 
Saber que el mundo está brillando 
solo consigue recordarte porqué estás apagada. 
Es demasiado tarde ya para repetirte eso 
de que cuando acaricias una flor 
y después optas por relamerte el dedo, 
lo más probable es que acabes envenenado. 
Pero si no hubieses absorbido su néctar por miedo a morir, 
nunca habrías descubierto a qué sabe la felicidad. 

Aunque hace un tiempo ya que te parece insípida, 
que solo hueles humedades que te trasmiten tus propias canicas, 
que no paras de correr porque te has negado a despedirte. 
Porque te has negado asimilar que existen nuevos pasajeros 
que debes montar para dirigirte al mismo destino de siempre. 
Porque los únicos que te abrazan son tus propios fantasmas. 
Porque estos días te obligan a decir adiós a todo, 
te obligan a que digas adiós, 
a ti; 
que siempre has sido de llevarte la vida por delante 
y accidentarte en la curva de tu risa cuando te das cuenta 
que en este momento vives en lo que fue el futuro.

Ahora solo naufragas, sientes la cabeza confusa al vivir en un pozo. 
Y yo solo quiero pedirte que pienses 
que  desde arriba no paran de arrojarte monedas manchadas de carmín y deseos. 
Y si es al hoyo al que piden ayuda, 
imagínate como debe pasear la vida. 

Te necesitan.
No aceleres la huída.
No temas el cambio,la vuelta a empezar, 
las nuevas rutinas, el olvido. 
Deja de echarte de menos, 
no digas adiós tú, que siempre has odiado las despedidas. 
Pero vete. 
Aléjate de todo, 
no caigas en el vértigo que supone vivir en un punto muerto, 
vuelve adonde siempre has querido para empezar de cero, 
quítate esa soga del cuello y empieza a escalar. 
Hasta que roces la cima. 

Pero no te despidas. 
Eso solo te obliga a que el día que regreses
 tengas que comerte un bloque de hormigón 
al intentar entrar en una puerta que un día cerraste, 
en vez de llegar arrasando con tus labios. 
Y es que te recuerdo que tus pasos 
te acaban devolviendo adonde una vez les enseñaron a bailar. 
Y que a ti nunca te ha gustado bailar sola.