domingo, 1 de agosto de 2021

Osiris


Cuando regreso a ese territorio, 
cuando quedo relegada 

al cuneiforme rincón 

donde cada cual guarda su pena, 

estoy sola. 


Me han mirado con envidia las almas de avestruz,

con odio 

las cabezas de sentido,

pero es que hay ratos en los que pierdo la sed.

En medio del agua fresquita, de la nariz de nata, 

vuelve el monstruo porque pierdo la sed.

Porque no puedo querer beber.


Yo he aprendiendo que no puedes alterar el curso natural de tu río. 

A mí me da placer cuando se me bañan vuestros ombligos, 

cuando chupais de mis días 

y me hacéis partícipe del mayor regalo del hombre, vuestro tiempo. 

Y me dejo ser, sin yo ser nada vuestro; 

me camuflo tanto que cabe confundirme 

y os sentís engañados cuando me esquilo, 

claro que he amado pero de repente no tengo sed 

y ahí llega la peor parte, 

jamás culparé por no saber entender 

el curso natural de esta corriente mía. 


A mí me gusta comer tormentas. 

Me dedicáis vuestros pecados, 

vuestros luceros saladitos;

Me creéis en vuestros caudales 

porque así dibujan 

el curso natural de la vertiente suya 

a los que la rutina les ha absorbido. 

Y yo incluso he conocido ocasiones 

para dejarme envolver por la demagogia, 

hasta que llegáis con tambores, 

con los días de gracia, 

con la fiebre de lo ordinario. 

Ahí llega la peor parte porque os confundo 

y yo me siento engañada 

y no valoro el curso natural de vuestro flujo, vuestro.


Es de mala educación que rumie 

las margaritas de sus dedos por un rato 

sabiendo que mi cauce dedica el resto de sus soles 

a esnifar historias, 

que es con lo que han hecho los grandes poesía. 

Entonces me entra la sed, y repudio vuestras serpientes incluso con las que soñé caricias 

y aparece terror a cantarme sola, 

mi pena se guarda donde mi inusitado rincón, 

relegando mi yo a ese territorio 

al que regreso cuando mi río desemboca. 

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