domingo, 10 de octubre de 2021

Túnel

Dejé de tomar la luz del túnel como modelo de esperanza 

y ahora es lente del camino.


Los tonos de Cronos me han enseñado 

que no abonan unas lágrimas perpetuas 

la tierra de mis muertos 

por mucho amor que invada a esas sales. 

Y que los bosques en los que tanto me he refugiado 

no evitarán con sus ramas 

que algún día me abrase el sol.  

Perder el miedo a ser cera caída; 

a esas estrellas que son capaces de revolver la pócima 

y de hacer que quiera cambiar el mundo. 


Los pinceles de mis párpados ahora se sienten afortunados. 

Por los ratos en los que alguien grita 

que quiere acabar con las guerras que Occidente no está mirando. 

O por los alguien que disfrutan del café o de la brisa 

y son felices porque no hay nubes. 

Merecen mis odas. 


Permitirme jugar con mis corderas, 

perdonar al comepiedras, 

decirle nata a la Amazona, 

aprender algo de la tres pelos. 


Entregar mis días al alma, 

a las canicas fervientes de mi insecto, 

a las plegarias de la flaca, 

a las letras de los argentinos, 

a la paloma de mi calle, 

al retorno de los girasoles (que no es malo). 


Exprimir las risas de los ascensores, 

gestionar el repentino cambio de semáforos 

o cuando se me derrita el hielo donde habito. 

Conocer a otros monstruos que como yo, 

vivan en la parte estrecha del embudo. 


Es entonces cuando descuidas lo negro de soslayo, 

a los fantasmas de esas tinieblas laterales del paseo 

y no te hace falta soñar con el cielo, ni confiar en lo verde. 

Porque comienzas a absorber la vida por la cápsula última del túnel. 







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