Si tú supieses apreciar los ratones
que he dejado salir de mi hoyo
para alimentar a tus serpientes,
el sonido de mi agua
que he dejado caer
para regar esa seca tierra tuya,
la presión de mi brisa
que he dejado flotar
para acariciar las pasadas hojas roídas de tus ramas.
Si hubieses aprendido a comer los frutos rojos
que te han regalado mis labios,
los trozos de tinta que te han dedicado mis puños,
las huellas que he tenido que marcar para seguirte.
Si tú supieses las espinas que me he arrancado
para que cogieses mis flores,
las barreras que he cerrado
para que conocieses a mi cuco,
las mareas que he calmado
para que probases mi sal.
Si hubieses absorbido la sangre de mis rodillas
para subir a tus montañas,
las noches de mi vigilia
para curar tus pérdidas,
los huesos en los que me he convertido
para escuchar tus síes;
Habrías descubierto a tiempo que antes eras serpiente hambrienta y no conocías la ambrosía del rojo.
Recordarías la tierra desértica que habitabas y las pocas flores que habías probado.
Las dudas no te habrían hecho parar la arena.
Y entonces ahora no llorarías
a los engranajes de esta muñeca quieta,
ni dudarías de la plenitud de tu vida,
ni extrañarías esos lirismos míos,
porque nunca los habrías perdido.
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